Crítica de Sátántangó: siete horas de miseria

Crítica de Sátántangó: siete horas de miseria

Béla Tarr redefine el tiempo y nos abandona a nuestra suerte en un limbo difícilmente descriptible. En Sátántangó, hasta una mentira puede ser un alivio en un mundo sumido en la desesperanza

Resulta complicado hacer una crítica cuando la película en cuestión posee una duración de más de siete horas, es húngara y se llama Sátántangó (1994).

Béla Tarr realiza un ejercicio cinematográfico en el que la paciencia y el compromiso con su obra deben ser cruciales para, en primera instancia, superar su desafío y, en última instancia, ser capaz de valorar una de las mejores y más bellas puestas en escena del cine.

Un mundo sombrío

El húngaro crea un universo marcado por la fealdad que trae consigo la miseria, un mundo displicente, ajeno al concepto de esperanza, y profundamente inmerso en una atmósfera lúgubre que refleja y amplifica la errancia espiritual de sus personajes. El entorno físico que subyace durante su vasto metraje hace de Sátántangó un encierro, una condena autoimpuesta desde el momento en que comienza, y es que la cinta redefine el tiempo a su antojo, abandonándonos a nuestra suerte en un limbo difícilmente descriptible.

Casi todo lo que se muestra a nivel argumental se cohesiona con una perfección visual insólita, y es insólita por lo abstracto y sensitivo de su propuesta, una que está embarrada, que rezuma imperfección, donde hasta una mentira puede resultar un alivio. Y a pesar de todo esto, Béla Tarr consigue hacer de Sátántangó (1994) algo bello.

La duración de Sátántangó como arma de doble filo

La duración es uno de los aspectos más polarizantes, se convierte en una característica definitoria, pues Tarr logra hacer de cada escena un microcosmos completo.

La lleva hasta unos límites que parecen tener la intención de desafiar la paciencia del espectador, hecho que probablemente suceda, pero este capricho del húngaro posee un significado, una razón de ser que va más allá de la evidente pretenciosidad que maneja. En realidad, la cinta pretende hacer que vivas cada instante de la monotonía de unos personajes estancados en un lapso temporal vacuo, ajeno al cambio.

Tarr convierte la miseria en una experiencia universal para el espectador. De hecho, consigue hacer del tedio y la espera algo tangible, potenciando la sensación de que la miseria es, en muchas ocasiones, ineludible.

La prisión de la desesperanza

De una forma bastante común pero inteligente, la cinta explota la desesperanza y la esperanza de un pueblo sumido en una entropía sumamente pesimista bajo la figura de un falso mesías, un líder que hace del sufrimiento su negocio y ardid personal.

Tarr retrata con crudeza cómo el ser humano necesita creer en algo, ser siervo de un ente superior, y más cuando la alternativa a no creer es la ausencia de futuro.

Cuando la esperanza y la desesperación se unen, la condena es, en términos generales, perpetua.

La escenificación de la miseria de Tarr

Uno de los aspectos por los que Sátántangó (1994) es considerada una obra maestra es su estilo visual.

La elección del blanco y negro hace que todo lo que se ve en pantalla tienda a la suciedad, a la ausencia de pulcritud, a la incomodidad, al fatalismo de un reducto de personas consumidas por el hastío y la ruina de los olvidados.

Como vengo mencionando, la totalidad de lo que expone Tarr en pantalla responde a la antítesis de la belleza objetiva, pero aun con la representación metafórica de una cárcel en libertad, se logran momentos e imágenes totémicas, de una pesadez visual que traslada la ruina al salón de tu casa.

Perspectiva a base de repetición

Estas siete horas están estructuradas bajo un montaje dividido en doce partes, donde el húngaro juega con la repetición propia de la cotidianidad de la rutina.

Muchos de los fragmentos son eventos ya vistos, pero desde nuevas perspectivas, dotando así de una tridimensionalidad a cada uno de los personajes, lo que aporta algo de luz a la abstracción narrativa que se vuelve más difusa por la longitud del metraje.

Lo que crea Tarr es un cine de atmósfera; a fin de cuentas, es un terrorista del entretenimiento mediato.

La eternidad de la miseria

El fundido a negro de Sátántangó (1994) despierta un sentimiento más propio de haber superado un reto que de haber visto una película. La creación de Béla Tarr es catártica sin la necesidad de dramatismos estratégicamente situados; le vale con la simple representación de unas existencias marchitas en una rueda de giro eterno.

El lodo literal y figurado que está presente durante sus siete horas se adhiere viscosamente a la dermis de un espectador que siente que todo sigue igual, pero que el peso de haberlo visto ya no nos deja ser los mismos.

¿Dónde ver Sátántangó?

Streaming/Plataformas: Filmin

Ficha Técnica de Sátántangó

Título original: Sátántangó

Año: 1994

Duración: 450 min.

País: Hungría

Director: Béla Tarr

Guion: Béla Tarr, László Krasznahorkai

Reparto: Mihály Víg, Putyi Horváth, Peter Berling, Erika Bók, Miklós B. Székely, János Derzsi, Irén Szajki

Género: Drama, Vida rural

Calificación: 10/10

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