“Pesándome de ver a las mismas gentes todos los días, no hay amigo que me dure una semana; no hay tertulia adonde pueda concurrir un mes entero…”, escribe el maestro Larra en su artículo Las casas nuevas. Si bien en este fragmento se refiere al afán por cambiar de hábitos para no pasar por necio o apocado, ¿quién no se cansa de la rutina? Sobre todo a la hora de tratar con el prójimo. Al conocer a alguien, el entusiasmo inicial da seguidamente paso al tedio o a la decepción, sino a ambas.
Quizás por ello siempre he salido de casi todas mis experiencias sociales por la puerta de atrás. Quizás por ello rehúyo los grupos en los que se desdibujan las personalidades, asfixiadas entre bromas de turno e insolentes confianzas. Meros berridos tribales. Soy siempre partidario del cara a cara, el duelo identitario sin excusas. Lo demás es una ridícula mascarada.
Sin embargo acudes a la llamada, y una vez más llega la decepción. Y huyes sin mirar atrás, sin querer dar explicaciones. Caes en una sucesión de infortunios que llevan a cerrarse en uno mismo, hacia la inexorable misantropía cual Alceste contemporáneo.
¿Será este nuestro sino? ¿Somos culpables de nuestra desdicha, o es un azaroso capricho? Las palabras del maestro no dan respuesta, solamente proveen de sátira mordaz, de alguien capaz de decir “…porque si alguna cosa hay que no me canse es el vivir”, para luego quitarse la vida. Quizás algún día nos crucemos con los que no creyeron a Larra, ni a Alceste. A ellos les confío mi salvación.
Escrito por Mariano José de Larra