La batalla de Maratón, librada en 490 a.C., no fue un hecho aislado, sino el resultado de años de tensiones entre las ciudades-estado griegas y el vasto Imperio Persa.
Tanto Grecia como Persia se encontraban en un momento de desarrollo y ambos buscaban quedarse con la misma zona del mar, lo que desencadenó una serie de conflictos conocidos como las guerras médicas.
En el siglo V a.C., el mundo griego estaba compuesto por un conjunto de polis independientes. Estas polis tenían diferentes formas de gobierno, variando desde la monarquía en Esparta hasta la democracia en Atenas, lo que generaba tensiones internas y alianzas fluctuantes.
A pesar de estas diferencias, compartían una identidad cultural común, con valores que incluían la libertad, la autonomía y una fuerte desconfianza hacia el poder centralizado, que contrastaba con los imperios monárquicos como el persa.
Las ciudades-estado griegas en el Siglo V a.C.
Atenas, en particular, se encontraba en un momento de transformación política. Apenas unas décadas antes, las reformas de Clístenes habían instaurado la democracia, un sistema que permitía a los ciudadanos libres participar en las decisiones políticas.
Este nuevo sistema, que fomentaba la participación ciudadana, también generaba un sentido de identidad común entre los atenienses, quienes se consideraban defensores de la libertad frente a la tiranía.
Otras ciudades-estado, como Esparta, mantenían una sociedad altamente militarizada, gobernada por un sistema oligárquico con dos reyes y un consejo de ancianos.
Aunque Esparta y Atenas eran las principales potencias griegas, sus intereses a menudo chocaban, lo que hacía difícil la creación de una coalición estable entre las polis.
La revuelta Jónica y el despertar Persa
El Imperio Persa, bajo el reinado de Darío I, había experimentado una rápida expansión desde su fundación bajo Ciro el Grande. Persia controlaba territorios que se extendían desde el valle del Indo hasta las costas del Mediterráneo, englobando a una gran variedad de pueblos y culturas.
A medida que el Imperio Persa crecía, su influencia llegó a las costas de Asia Menor, donde muchas ciudades griegas, como Mileto, habían caído bajo su control. Sin embargo, en el año 499 a.C., las ciudades jónicas, encabezadas por Mileto, se rebelaron contra el control persa en lo que se conoce como la revuelta jónica.
A pesar de que fue aplastada en 494 a.C., Darío I no olvidó la intervención ateniense en dicha revuelta, y trató de castigar a Atenas y asegurar la lealtad de las ciudades-estado griegas.
El primer intento de invasión Persa
El conflicto entre Persia y las ciudades-estado griegas culminó en el primer intento de invasión persa en 490 a.C.
Darío I envió una flota bajo el mando de sus generales Datis y Artafernes con el objetivo de castigar a Atenas y Eretria, y someter a Grecia bajo el dominio persa. En su camino hacia el continente griego, los persas arrasaron Eretria, dejando solos a los atenienses.
La batalla de Maratón
Cuando los persas desembarcaron en la bahía de Maratón, lo hicieron con la intención de marchar hacia Atenas y someterla, tal como lo habían hecho previamente con la ciudad de Eretria. Se estima que el ejército persa estaba compuesto por entre 20,000 y 30,000 soldados, incluyendo infantería ligera, arqueros y una poderosa caballería.
Atenas, consciente del peligro que representaba el avance persa, movilizó rápidamente a su ejército. Liderados por el general Milcíades, reunieron aproximadamente 10,000 hoplitas, más unos 1,000 hombres de la ciudad de Platea.
En lugar de esperar a que los persas avanzaran hacia Atenas, Milcíades tomó la decisión de enfrentarlos en la llanura de Maratón, un terreno relativamente abierto pero con características que favorecían la táctica griega.
Al elegir este campo de batalla, los atenienses pudieron posicionarse entre las colinas y el mar, bloqueando el paso persa hacia la ciudad y evitando que desplegaran completamente su caballería.
La estrategia griega en Maratón
Aunque estaban en inferioridad numérica, los atenienses sabían que sus hoplitas, bien entrenados y fuertemente armados, podían resistir el ataque persa siempre que mantuvieran su formación. Para maximizar la efectividad de su falange, Milcíades tomó una decisión poco convencional: debilitó el centro de su línea de batalla para reforzar los flancos.
Este despliegue en forma de U invertida tenía un propósito claro. El centro más débil estaría encargado de resistir el embate principal del ejército persa, mientras que los flancos, fortalecidos, buscarían envolver a los persas desde los costados. Aunque era arriesgada, si la velocidad y la disciplina de los hoplitas permitía ejecutar la maniobra sin romper la formación podía salirles bien el plan.
El ataque ateniense
La batalla comenzó cuando los atenienses decidieron realizar una carga frontal hacia las líneas persas.
Cuando los dos ejércitos chocaron, el centro ateniense, debilitado intencionalmente, empezó a ceder terreno ante el avance persa. Sin embargo, esta retirada controlada formaba parte del plan, y mientras los persas empujaban hacia adelante, los flancos griegos lograron rodear las alas del ejército persa, rompiendo su formación y atrapándolos en una especie de bolsa entre los hoplitas atenienses.
La derrota Persa
El ejército persa, acostumbrado a luchar contra fuerzas menos organizadas, no pudo resistir la embestida de los hoplitas. La disciplina y el entrenamiento de los soldados griegos resultaron superiores a la infantería ligera persa, que no estaba equipada ni preparada para enfrentarse a la infantería pesada griega en combate cerrado.
La falange, con sus escudos y lanzas, demostró ser un muro impenetrable para los persas.
A medida que los flancos griegos cerraban el cerco, los persas, incapaces de reorganizarse, comenzaron a retirarse en desorden hacia sus barcos en la costa. Sin embargo, muchos de ellos no lograron llegar a tiempo, y las bajas fueron devastadoras. Se estima que unos 6,400 soldados persas murieron en la batalla, mientras que las bajas atenienses fueron significativamente menores, con solo 192 caídos según Heródoto.
La retirada persa y el triunfo ateniense
Tras la batalla, los persas intentaron un último esfuerzo por avanzar hacia Atenas, navegando alrededor de la península con la intención de atacar la ciudad directamente.
Pero los atenienses regresaron rápidamente a su ciudad para defenderla. Al darse cuenta de que Atenas estaba bien protegida y que habían sufrido una gran derrota, los persas abandonaron sus planes de invasión y regresaron a Asia Menor.
La identidad ateniense tras Maratón
Este enfrentamiento fue decisivo para el curso de las guerras médicas y se convirtió en un símbolo de resistencia y la capacidad del individuo frente al poder imperial.
Para Atenas, la victoria alimentó el orgullo cívico y el sentido de identidad ateniense. Unos ciudadanos de una sola polis habían derrotado a un imperio que parecía invencible, y comenzaron a verse como defensores de la libertad frente a la tiranía extranjera.
Inspiración para la cultura y la política griega
El legado de Maratón también se refleja en el auge cultural que experimentó Atenas después de la victoria. El prestigio ganado tras la batalla, permitió que se consolidara como la polis más influyente del mundo griego.
Durante el siglo V a.C., Atenas vivió su «Siglo de Oro«, un período de gran florecimiento cultural, artístico y filosófico.
El Mito de Maratón en la Historia Occidental
La batalla de Maratón ha sido recordada a lo largo de la historia como un símbolo de resistencia frente a la opresión y de la capacidad del ser humano para superar grandes adversidades.
La leyenda de Filípides, quien según la tradición corrió desde el campo de batalla hasta Atenas para anunciar la victoria y luego murió de agotamiento, ha inspirado la prueba moderna del maratón en los Juegos Olímpicos.
Impacto en la Estrategia Militar
Desde un punto de vista militar, Maratón también dejó un legado duradero. La batalla demostró la eficacia de la falange hoplita, una formación cerrada y disciplinada que permitía a los griegos compensar su inferioridad numérica frente a ejércitos más grandes.
Además, la batalla mostró la importancia del liderazgo estratégico. Milcíades supo aprovechar el terreno y las limitaciones del ejército persa, diseñando una táctica que envolvió a las fuerzas enemigas. Su decisión de atacar antes de que los persas pudieran reagruparse fue fundamental para asegurar la victoria.