Madame de Montespan: la reina de Versailles

   Françoise de Rochechouart de Mortemart acabaría siendo conocida como Madame Athénaïs de Montespan tras su matrimonio con el marqués de Montespan y por influencia de la preciosidad durante su estancia en el palacio Versailles durante los primeros años de reinado del gran Rey Sol, Luis XIV. Procedente de una de las casas nobles más antiguas de Francia, su gracia y su encanto provenían de su belleza y su inteligencia, la cual ha dado tanto de qué hablar que es imposible escuchar su nombre sin provocar una reacción (para bien o para mal) en todo aquél que conozca su historia.

   Tercera de cinco hermanos, su padre fue gobernador de París y uno de los hombres más cercanos a Luis XIII. Cuando su hija Françoise cumplió diez años, la mandó a un convento para que estudiase todo tipo de disciplinas que la convirtieron en una de las personas más elocuentes de su época, un rasgo que, además, la ayudaba a poder defenderse con muchísima ironía en una corte en la que encajaba perfectamente. En Versailles, Françoise para a ser parte del séquito de Enriqueta de Inglaterra, primera esposa de Enrique, Duque de Orleans y hermano del futuro Luis XIV.

   En el palacio, Françoise conoce a Luis de la Trémoille, un noble que prometió casarse con ella hasta que su historia de amor se truncó por un duelo. A pesar de que sobrevivió al mismo, los duelos habían sido prohibidos en 1651 bajo pena de decapitación. Luis de la Trémoille escapó de la corte. Françoise, que poco a poco empezaba a ser conocida como Athénaïs, lejos de entristecerse buscó el amor en brazos de diferentes hombres de la corte hasta el punto de volverse, según palabras de Enriqueta de Francia, venenosa, a lo que ésta pide que retiren a la ya Madame de Montespan. Su marido, Felipe, tras uno de los tantos rifirrafes con Enriqueta, decide nada más y nada menos que ascender a Athénaïs al séquito de la propia reina, María Teresa de Austria, esposa del previamente citado Luis XIV. Es aquí donde comienza a formarse la leyenda.

   Luis XIV no era precisamente conocido por su fidelidad a María Teresa de Austria, hermana mayor de Carlos II de España. Tenía multitud de amantes en Versailles a las que solía otorgar títulos y privilegios a cambio de acogerlas en su lecho siempre que a él se le antojase. Athénaïs comenzó, poco a poco, a obsesionarse con la idea de llegar a ser la favorita del monarca y terminar con Luisa de la Vallière, la amante principal que Luis tenía en ese momento. La historia de ambos comienzó en enero de 1667, durante uno de los tantos bailes que se organizan en Versailles, en el que Luis interpretaba a Zeus. El intercambio de miradas y tonteo fue notorio para todos (excepto, parece ser, para la propia reina) y si bien Luisa de la Vallière ya empezaba a asumir que iba a dejar de ser la amante principal del rey, Luis XIV todavía no estaba dispuesto a dejar que Athénaïs entre en su alcoba.

   Madame de Montespan perdía la paciencia, llegando incluso a recurrir a una bruja que la ayudase a pactar con el diablo para conseguir su objetivo gracias a diferentes rituales satánicos en los que, se dice, se llegó incluso a sacrificar un bebé encima del cuerpo de Athénaïs. Dónde queda la realidad y dónde queda la ficción es algo que dejamos en manos del lector. Fuese como fuese (probablemente porque Luis ya se estaba cansando de Luisa), el Rey Sol apareció una noche en la habitación de Athénaïs disfrazado de guardia suizo, comenzando así una serie de visitas que no pasaban de lo puramente carnal. No obstante, Madame de Montespan ansiaba el corazón del monarca, por lo que continuó solicitando los servicios de la hechicera a base a afrodisiacos que, poco a poco, parecen atraer más y más a Luis hasta que, un día, se queda embarazada de su primer hijo en común.

   Este nuevo estado provocó en Athénaïs un sentimiento superioridad con respecto a todos los habitantes de Versailles (especialmente con las antiguas amantes del monarca) que se hizo más fuerte cuando la propia Madame de Montespan comenzó a decidir sobre el futuro de todos aquellos que se acercaban al rey, provocando incluso encarcelaciones y exilios. Que Athénaïs se estuviese convirtiendo en la reina de Versailles sin ser, ni mucho menos, la reina de Francia, era algo que no terminaba de convencer a Luis XIV, que comenzaba a sufrir constantes crisis de fe (que no eran más que excusas para alejarla de él). Además, los constantes embarazos de Athénaïs y el hecho de estar perdiendo (según las concepciones de la época), su figura y su encanto jovial, provocaban en Madame de Montespan la obsesión de estar continuamente a punto de perder su puesto de favorita, el cual tenía que mantener a toda costa sin importar quién se pudiese en medio, a pesar de que eran muchas las amantes que ahora entorpecían su relación con Luis. Se rumorea, incluso, que Madame de Montespan fue responsable de la muerte, a los viente años, de una de las amantes de Luis, María Angélica de Scorailles, dama de la corte de Madame Liselotte del Palatinado, segunda esposa de Enrique de Orleans.

   La muerte de María Angélica fue el principio del fin de Athénaïs al destaparse todos los escándalos en los que había estado metida, como el haber sido la autora del robo de dos osos de la casa de las fieras y haberlos metido en la alcoba de la malograda María Angélica (cuando ésta, afortunadamente, no estaba). Madame de Montespan no sólo no consiguió afianzarse la confianza de Luis sino que éste se acercó aún más a Madame de Maintenon, institutriz de sus hijos, amante y su futura segunda esposa a través de un matrimonio morganático. Madame de Montespan, al igual que hiciese en su día Luisa de la Vallière, acabó retirándose a un convento, muriendo a los sesenta y cuatro años.

   A pesar de haber tenido un final desgraciado, Athénaïs de Montespan tuvo siete hijos con el monarca, de los cuales seis fueron nombrados como legítimos y cuatro llegaron a la edad adulta. De hecho, su hija Francisca María de Borbón fue la abuela de Luis Felipe I, último rey de Francia. Parece ser que, a pesar de todo, Athénaïs finalmente consiguió formar parte de la familia real, aunque fuese a raíz de su descendencia.

   Con este artículo recordamos, pues, a Madame de Montespan: para algunos, azote de Versailles; para otros, una mujer más que intentó sobrevivir en esta cruel corte. Desde aquí celebramos su 378 cumpleaños.

Escrito por Julie de Lespinasse

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