Crítica a La piel más temida, de Joel Calero

Crítica a La piel más temida, de Joel Calero

Alejandra regresa al Perú. Hace más de 20 años, ella y su madre abandonaron el país. En Cusco, haciendo trámites, descubre que su padre —a quien daba por muerto— está vivo y preso por haber militado en un grupo subversivo.

Hace años, las películas que más me interesaban eran las que me hacían llorar. Ahora, son las que dejan preguntas sin responder. Es el caso de La piel más temida, el último largometraje del director y guionista peruano Joel Calero.

La ciudad de Cusco, una típica vivienda andina de adobe y la naturaleza de los andes son los escenarios en los que Alejandra va a realizar un recorrido vital, que es a la vez personal y social. Alejandra, protagonizada por una Juana Burga retenida que hace del personaje un misterio, es una joven universitaria hija de madre y padre peruanos, radicada desde niña en Suecia con su madre, como tantos compatriotas. Llega a Cusco, la otrora capital del Incanato, para vender la casa familiar.

Allí se encuentra con el tío Américo -vaya nombre- un bon vivant que no duda en escabullir el cuerpo cuando las papas queman, encarnado con soltura y desparpajo por el enorme actor Lucho Cáceres. Por sugerencia del tío, Alejandra termina en la casa de su abuela paterna, Dominga -protagonizada por María Luque-, en el pueblo de Tocto. Allí es testigo y partícipe de unas condiciones de vida precarias, que sabemos se repiten en buena parte de la población de los andes. A pesar de la distancia generacional y de clase, de a poco se van comunicando. Con Dominga, Alejandra logrará ir a visitar a la cárcel a su padre, de quien no tiene noticias desde su infancia.

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El padre de Alejandra está preso por haber sido parte del movimiento armado Sendero Luminoso. Entre 1980 y 2000 el Perú vivió un conflicto armado interno que dejó setenta mil muertos, miles de desaparecidos, centenas de miles de desplazados y miles de violaciones sexuales, además de niveles de desconfianza que aún hoy hacen difíciles las apuestas colectivas. Sendero Luminoso fue el actor que desató el conflicto y es considerado, junto con el Movimiento Revolucionario Tupac Amaru, el primer perpetrador de crímenes, torturas y desapariciones, seguido por las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional.

La piel más temida

Aunque sea un personaje moribundo, que casi no habla, el padre de Alejandra, el hombre preso por terrorismo, encarna el corazón problemático de la película. Y es desde ese nudo, del que surgen las preguntas que reverberan en el público cuando se encienden las luces.

¿Acaso tú nunca te has equivocado?, pregunta Dominga. ¿Qué hacemos como sociedad con las heridas del pasado? parece preguntarse y preguntarnos Calero en La piel más temida. Pregunta que trae otra: ¿qué hacemos con este presente que viene de ese pasado? El tío Américo dice que es entendible que haya surgido un movimiento como Sendero, cómo no iba a surgir en un país con desigualdades flagrantes. Lo que el tío Américo no entiende es otra cosa. Antes de enunciar esa otra cosa, cuenta una anécdota. Con la anécdota termina la escena. Entonces, el director nos obliga a los espectadores a preguntarnos ¿cómo y por qué hubo en el Perú tantas personas dispuestas a partirle un hacha en la cabeza a un compatriota? ¿De dónde salió tanta violencia?, parece preguntarse el tío Américo en un restaurante que adivinamos de lujo. Como en las buenas películas, la respuesta no está aquí.

La piel más temida se inscribe en lo que el investigador peruano Víctor Vich ha dado en llamar, poéticas del duelo

Esta serie de preguntas podrían ser las Chile respecto de la dictadura, las de España respecto del franquismo, las de Colombia sobre las FARC y las de tantos otros países que se enfrentan hoy a las represiones de un pasado más o menos lejano. Por eso, La piel más temida se inscribe en lo que el investigador peruano Víctor Vich ha dado en llamar, poéticas del duelo, esto es, intervenciones artísticas de diverso tipo llamadas a hilvanar un proceso de duelo colectivo de improbable clausura.

La piel más temida, Perú, de Joel Calero

En esta línea, resalta, por la luz que trae, el personaje de Víctor, un camionero que ayuda a Alejandra y Dominga en un viaje urgente y necesario. Por no poder hacer otra cosa, hablan y callan, callan y hablan, los tres en la cabina de un camión que se ofrece como un refugio en ese tránsito difícil. La historia que cuenta el camionero acompañado de su mandolina viene a echar complejidad a lo que ya era complejo: ¿qué quiere decir haber sido senderista? Qué gran actor es Amiel Cayo y qué hermosa la decisión de ponerle una mandolina en las manos. ¿Qué puede tener de malo cantar? se pregunta. Con esta pregunta inocente, hasta cándida, Calero parece querer hacer un agujerito en las respuestas automáticas, en los dogmas que desde diferentes tarimas repiten sectores de la sociedad para no pensar en las consecuencias de veinte años de oscuridad y sinrazón que se engarzan a veinte años más de silencios y olvidos arbitrarios. Un agujerito por donde entren la luz y la ternura. Y como una cosa lleva a la otro, imposible para mí, no tararear Si cada noche vino con su muerte, si el tiempo fue una cueva de ladrones…Usted, preguntará por qué cantamos.

El papel de Joel Calero

La canción símbolo de la trova rosarina que hizo aplaudir a una Argentina despedazada por la dictadura militar de 1976-1983. Porque si cada país tiene sus monstruos propios, todos encuentran en la vía del arte la posibilidad de exhumarlos, redimirlos, redecirlos. Una canción, una novela, un retablo, una película: poéticas del duelo. Por eso celebramos La piel más temida, porque nos pone frente a frente con tajos y retazos de una historia que tal vez nunca sea del todo contada, pero que gracias a películas como ésta, es una historia cada vez más humana, más nuestra, con sus luces y sus sombras, sus decires y sus silencios. ¿Cuál es la piel más temida?, me pregunto. 

Y si la película no ahorra en preguntas, tampoco lo hace en incomodidad. Una incomodidad que el director y guionista elige traer de la mano del dinero. ¡Cómo no! Finalmente, Alejandra y Américo venden la casa. En una escena en apariencia distendida, pero tensa, sobrina y tío le entregan a Mariano, el hombre que ha cuidado de la casa familiar durante los años ausencia de sus dueños, un sobre con dinero. El hombre se queda sin trabajo y sin vivienda y recibe a cambio un sobre con dinero que él agradece mientras llora.

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El espejo roto de esta escena es ésa en la que la nieta quiere entregarle también un sobre con dinero a la abuela, antes de regresar a Suecia, pero la abuela lo rechaza. ¿Qué se cifra en esos sobres con dinero? ¿Por qué van siempre en una sola dirección? ¿Qué deuda están pagando? ¿Por qué Mariano lo acepta y Dominga lo rechaza? ¿Qué consecuencias tiene hacer lo uno o lo otro? Preguntas que se dirigen al corazón de las desigualdades en el Perú.

En La vía de la narración, Alessandro Baricco distingue las nociones de historia y trama. Él habla de las novelas, pero podemos pensar así el cine también. Si la historia es una esfera -una vibración que no nos deja descansar-, la trama es el trazado de una línea en esa esfera, una línea entre muchas otras posibles, pero una línea sin la que la historia sería tan sólo un vibrar. La piel más temida, narrada desde la mirada la extranjería de una migrante que vuelve al Perú sólo a hacer un trámite, se inscribe en el horizonte de las tramas que, cual haces de luz, van contando y problematizando el conflicto armado interno en el Perú. Un conflicto político y social que no puede sino atravesar familias y biografías.

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