Roma, 1878. Mientras el humo de las locomotoras dibuja nuevas fronteras en el cielo de Europa y las fábricas rugen como catedrales del siglo industrial, un nuevo Papa asoma al balcón de San Pedro.
Su nombre es Vincenzo Gioacchino Pecci, pero pasará a la historia como León XIII.
Una noche de mayo de 1891. Mientras el eco de una protesta obrera resonaba en las calles de Roma, en el interior del Vaticano se encendía una lámpara de aceite. Allí, en su escritorio, León XIII repasaba por última vez un documento que había dictado con calma pero con determinación.
Su mano temblorosa firmó finalmente el texto que marcaría un antes y un después: Rerum Novarum. Fuera, los trabajadores exigían pan; dentro, el Papa les ofrecía dignidad.
El mundo que heredó León XIII
León XIII, bautizado como Vincenzo Gioacchino Pecci, accedió al papado en 1878, en un contexto convulso.
El Risorgimento había unificado Italia bajo la monarquía de los Saboya y reducido al Papa a «prisionero del Vaticano» tras la toma de Roma en 1870. El papado había perdido los Estados Pontificios y, con ellos, el poder temporal que había ostentado durante más de mil años.
Su predecesor, Pío IX, respondió con el Syllabus Errorum (1864), una lista de errores modernos condenados por la Iglesia.
El nuevo siglo se asomaba entre el humo de las fábricas, las ideas socialistas se expandían por Europa, el liberalismo desafiaba el absolutismo, y las monarquías temblaban ante el espectro del pueblo organizado. En este paisaje, León XIII supo que la Iglesia no podía permitirse el aislamiento ni el anacronismo.
Su misión sería reconciliar la fe con la razón, la Iglesia con la modernidad.
La historia del papa León XIII
Formado en la Academia Eclesiástica y con experiencia como nuncio en Bélgica, León XIII era un hombre de mundo, culto, políglota, gran conocedor de la filosofía de Santo Tomás de Aquino.
Esta formación fue clave para su proyecto: rearmar intelectualmente a la Iglesia en un momento de descrédito.
Desde el comienzo de su pontificado, apostó por una apertura controlada: sin ceder a los excesos del liberalismo secular, pero reconociendo las transformaciones sociales que exigían una nueva respuesta católica.
Rerum Novarum y la cuestión social
El 15 de mayo de 1891 se publica Rerum Novarum, una encíclica que se convierte en un hito del pensamiento social cristiano.
Frente al marxismo, que denunciaba la explotación del obrero pero proponía una solución revolucionaria y atea, y frente al liberalismo, que exaltaba el mercado sin contemplar la justicia social, León XIII planteó un camino intermedio: la dignidad del trabajo, el derecho a la propiedad privada, la función mediadora del Estado y el deber de los empresarios de tratar con justicia a sus trabajadores.
Rerum Novarum no fue una concesión política, sino una reflexión teológica sobre la justicia y la caridad.
Introdujo en el vocabulario eclesiástico conceptos como «salario justo» y «bien común«. Y sentó las bases para lo que más tarde se llamaría Doctrina Social de la Iglesia.
Su recepción fue desigual: los conservadores la leyeron con desconfianza, y los progresistas la acogieron con entusiasmo.
Pero todos coincidieron en algo: el Papa hablaba, por fin, al mundo moderno.
Frente al marxismo y al liberalismo
León XIII comprendía el atractivo del marxismo entre las masas empobrecidas, pero lo veía como un error profundo: materialista, violento y destructor del orden natural.
Sin embargo, no cometió el error de negar las injusticias que denunciaba. Por el contrario, las reconocía y exhortaba a los cristianos a implicarse en su resolución.
Su postura fue crítica pero empática: no al marxismo, sí a la justicia social.
El liberalismo, por su parte, era visto con recelo por la Iglesia desde la Revolución Francesa. León XIII introdujo un matiz: aceptó algunos principios liberales —como la libertad de conciencia y la separación Iglesia-Estado— pero con reservas.
En su encíclica Libertas (1888), distingue entre la verdadera libertad, ordenada al bien y guiada por la ley moral, y la falsa libertad, entendida como autonomía absoluta del individuo.
Tomismo y renovación intelectual
León XIII sabía que para dialogar con el mundo debía rearmar filosóficamente a la Iglesia.
Por eso promovió el redescubrimiento de Tomás de Aquino, a quien declaró patrón de los estudios católicos con la encíclica Aeterni Patris (1879). En ella, propuso el tomismo como base para una síntesis entre fe y razón, como antídoto tanto contra el fideísmo como contra el racionalismo positivista que dominaba la ciencia del siglo XIX.
Este retorno a Tomás no fue un retroceso medievalizante, sino una táctica: en un momento en que las ideologías modernas se proclamaban científicas, el Papa quiso demostrar que la fe podía sostenerse con igual rigor.
Surgieron universidades católicas, se impulsaron estudios bíblicos, y la Iglesia recuperó el prestigio intelectual que había perdido tras el conflicto con la modernidad.
La política de la reconciliación
En el plano diplomático, León XIII buscó restablecer relaciones con los Estados modernos.
En Alemania, intentó suavizar el Kulturkampf promovido por Bismarck. En Francia, llamó a los católicos a aceptar la Tercera República. En Austria, mantuvo una relación ambivalente con el Imperio Habsburgo.
Su objetivo no era restaurar el trono pontificio, sino asegurar que la Iglesia pudiera ejercer su influencia moral en un mundo donde ya no gobernaba con cetro y corona.
También promovió el ecumenismo incipiente, tendiendo puentes con la Iglesia ortodoxa y mostrando un inusual interés por el diálogo con el anglicanismo.
Fue, en muchos sentidos, un precursor de los esfuerzos que culminarían en el Concilio Vaticano II.
El legado de León XIII
León XIII murió en 1903, con 93 años, siendo el Papa más longevo hasta entonces.
Su figura, que en sus comienzos generó escepticismo, terminó por imponerse como símbolo de una Iglesia que no se resignaba a la irrelevancia. Supo leer su tiempo sin traicionar sus principios, y abrir las puertas sin renunciar a su identidad.
Su legado intelectual perdura hasta tal punto, que en 2025 el sucesor del papa Francisco ha elegido su nombre, León XIV.
Como escribe el historiador Émile Poulat, León XIII fue el primer Papa moderno porque entendió que la Iglesia debía ser in mundo sine esse de mundo: estar en el mundo sin ser del mundo.