“Estos son mis principios y si no le gustan tengo otros”
Esta cita erróneamente atribuida a Groucho Marx define a la perfección la relación de intereses entre sociedad y espectáculo. ¿Hasta dónde influye la TV en nuestros hábitos? ¿Influimos nosotros en su contenido?
Un pasado no tan lejano
Érase una vez, un mundo sin plataformas de streaming ni archivos torrents que descargar. Un mundo donde las comedias de situación, solían reproducir vergonzosos estereotipos raciales, en un intento, a menudo estéril, por hacernos reír. Familias blancas entretenidas con prejuicios y arquetipos ridículos sobre las familias negras.
Podía parecer un entretenimiento racista y machista, fruto de nuestro reflejo como sociedad. Y podía parecerlo porque lo era. Racismo disfrazado de humor, acompañado de ese tufo misógino que arrastramos hasta el día de hoy.
“Se necesitan actores latinos para formar mara”. “Buscamos hombres negros, con ganas de interpretar a bufón. Se valora experiencia vendiendo crack”.
“Actrices adultas para madre, esposa o amante”.
“Mujer entre 18 y 25 años. Papel de animadora enamorada del quarterback”.
Y hasta aquí la bolsa de trabajo. Actrices discriminadas por su género y actores por su color de piel. Testosterona y prejuicios para dar y regalar. Siempre tan lúdica y educativa. Así éramos nosotros y nuestra TV.
La misma en la que un «Coche fantástico» solo podía funcionar, si un blanquito hetero, muy, muy americano estaba dentro. Una televisión donde los referentes juveniles, asquerosamente ricos y sexualmente cosificados, vendían su «Sensación de Vivir» privilegiada, desde las casitas humildes de Beverly Hills.
Ya me diréis, si con todo esto, aun hemos salido bien.
Un ritual para cada momento
Cada día, al salir del colegio para ir a comer, un equipo formado por ex-soldados de la guerra de Vietnam (muy señoros todos ellos), me esperaban en su furgoneta negra. Perseguidos por un crimen que no cometieron, si tenías un problema y la suerte de encontrarlos, quizás los podrías contratar. Mi abuela los tenía en nómina.
En las tardes de verano, alucinaba con aquel tipo, muy manitas él (usaba Varon Dandy seguro), empeñado en complicarse la vida y salvar la tuya sin apenas sudar. Te construía, en poco más de un minuto, un fusil de asalto con el chicle que mascaba y colgando boca abajo.
Y con tanto calor, sin oscurecer hasta las 22h, los niños del barrio solo nos metíamos en casa, para ver esa serie introspectiva y compleja, de una calidad artística superior. Socorristas femeninas que, por exigencias del guion, corrían por la orilla de la playa con un bañador rojo, silbato y flotador. Un talentoso plano detalle a cámara lenta daba fe de ello.
Nuestra manera de ver la TV
Por último, en invierno la rutina cambiaba.
Con el frio, cada noche después de cenar era todo un ritual. Recogíamos rápido la mesa y nos sentábamos en el sofá. Cada uno, hasta la abuela, tenía guardado su lugar.
Alrededor de un pesado televisor de tubos, todos preparados para ver el último episodio semanal. Desde el doctor ese de Alaska hasta “Luz de luna”.
A veces, pocas, una reposición de “Canción triste de Hill Street”. Según el día, la obra de culto de David Lynch, “Twin Peaks” o “Farmacia de guardia”.
Importaba bien poco el contenido. A esas horas, después de la bronca por no hacer los deberes, lo único importante era esa cotidiana liturgia familiar.
Que será, será
“¿Seré bonita?, ¿seré rica?. Lo que sea será. El futuro no es nuestro para verlo” cantaba Dorys Day en “El hombre que sabía demasiado” de Alfred Hitchcock.
La TV, al igual que Dorys Day, se preguntaba que iba a ser de ella. Notaba que algo estaba en movimiento, muy lejos todavía, demasiado, pero se movía. Temía quedarse atrás. A veces bonita y rica. Otras cruel e injusta como nosotros. El futuro de la TV también es su pasado. Ella nos lo muestra. Es nuestra decisión aprender de el o no.
Mientras, nos entreteníamos con los referentes de la época en ciencia ficción. En los 80 llegó “V” arrasando la humanidad (es decir, EEUU). Años más tarde y coincidiendo con la aparición de cadenas privadas, la mítica y controvertida serie “Expediente X”.
Scully, Mullder y el “fumador” entraron en nuestras vidas sin avisar. De repente, todos desconfiábamos de los gobiernos (menos mal), conocíamos la existencia de archivos clasificados y discutíamos si lo que vimos aquella noche era un avión o un ovni.
No muy lejos, en una utópica Nueva York, sin gentrificación alguna ni atisbo de especulación, unos amigos vivían felizmente compartiendo piso al lado de Central Park. Si, en el centro y sin tener que okupar.
En 1997 y con el permiso de “Xena la Princesa Guerrera” apareció, que yo recuerde, la primera serie de acción protagonizada por una mujer. “Buffy caza vampiros” con una profesión tan difícil para conciliar, fue la antecesora del gran cambio que estábamos a punto de presenciar. Otra forma de entender las series de televisión.
Una nueva etapa para el cine
Si hablamos de racismo y misoginia, aun no era el momento oportuno para quitarnos la pinza de la nariz (ni tan siquiera sé si lo es hoy). Primero debíamos evolucionar nosotros como sociedad y luego, la TV como negocio.
Curiosamente, esta semana se ha publicado el primer informe, sobre la presencia de cuerpos gordos en la ficción española. Encaja muy bien con este tema y los resultados que se extraen son muy interesantes para leer. Si hoy, 2024 somos así, ¿ que podíamos esperar 40 años atrás?
La transformación no vino por ahí. Llegó por otro lado. Apostando por la calidad y aumentando el presupuesto de las series, hasta equipararlo casi, con el del cine. Y nada volvió a ser igual. Lo que llegó a nuestras casas, en formato de vídeo bajo demanda, sentó las bases de nuestro presente.
Una nueva era en el mundo del entretenimiento, marcada con dos nombres propios, referentes para cualquier amante del cine y la televisión.
Dos genios visionarios que se plantaron en nuestras casas, sin pedir permiso ni mucho menos avisar. Sus historias, nacidas para la pequeña pantalla, podrían adaptarse fácilmente como proyecto cinematográfico. Guiones más reales y violentos.
Como dos niños revoltosos entrando a saltos en un geriátrico, Chase y Simon, directores y guionistas que cambiaron nuestra historia, parieron para fortuna de la televisión, sus dos dulces criaturas.
Con “Los Soprano” (1999) y “The Wire” (2001) los espectadores dejamos de ser unos niños. La familia Soprano y la cruda realidad de Baltimore, nos convirtieron en adultos y como tal exigíamos ser tratados.
Después de estás ficciones, ambas producidas y distribuidas por HBO, se verificó que la TV también podía crear arte y sus espectadores sabían valorarlo. El público empezó a interesarse por otros tipos de series, exigiendo el mismo respeto que a los espectadores del cine.
Los grandes beneficios económicos generados alrededor de la nueva ficción, ayudaron a consolidar el cambio. Todo lo que iba a venir después, nadie podía imaginarlo.
Continuará…
Hermanos de sangre, la II Guerra Mundial vista desde tu salón. Perdidos y el fenómeno fan en los foros de internet. Breaking Bad, la mejor serie de la historia de la televisión.
La aparición de las plataformas de streaming. Juego de Tronos, dándole una vuelta de tuerca más. El auge de las grandes plataformas y un sin fin de producciones, unas más buenas y otras (la inmensa mayoría) de usar y tirar.
De todo esto, del efecto del Me too en el negocio del entretenimiento o del machismo estructural en las plataformas, hablaremos con más calma en “La TV. Un viaje de ficción, parte 2”.