Dirigida por Yorgos Lanthimos
Por Aníbal Ricci
El personaje de Bella Baxter es un nuevo tipo de Frankenstein, uno de innegable belleza. Su padre adoptivo la rescató de un suicidio: la mujer adulta se arrojó de un puente estando embarazada y este doctor, privilegiando la ciencia por sobre otras consideraciones, decide trasplantar el cerebro del bebé no nacido y colocarlo dentro del cráneo de su madre.
La película es un relato de formación, recorre el universo de una niña sin experiencias hasta otra que va descubriendo el mundo que la rodea. Para variar, Lanthimos condiciona al cien por ciento a su protagonista y la despoja de sentimientos (al igual que sus películas anteriores) y la muestra como un animal que sólo se mueve por instintos.
La visión que tiene este director griego siempre me ha parecido cínica, esa idea de que el ser humano se mueve siempre por interés sin importarle el resto resulta demasiado simplista. Sus personajes siempre parecen niños y está comprobada la crueldad con que el ser humano se comporta en su etapa temprana.
La película posee una estética asombrosa, de cuadro expresionista, con una paleta de colores que embriaga la vista. Bella se ha comprometido, pero antes emprenderá un viaje con un libertino abogado y conocerá las ciudades del mundo (Lisboa, Alejandría, París) donde experimentará la libertad y se dejará llevar por sus impulsos.
En el primer visionado hay algo que no termina de cuajar, pero el espectador sucumbe ante la belleza de las imágenes. Sin embargo, queda la impresión de que la película busca “agradar” al espectador y eso la vuelve la cinta menos interesante del director. Busca desnudar a la “sociedad educada”, quizás desafiarla, a través de un personaje que carece de prejuicios y siempre hace lo que desea.
El tema del placer sexual es abordado como lo más significativo, la mujer buscaría el placer (hay otros aspectos como la lectura) y lo puede practicar a sus anchas, sin miedo a enfermedades venéreas o a maltratos en momentos en que se prostituye.
Generalmente las películas de Lanthimos nos conflictúan, pero este no es el caso, pues vemos abundante sexo practicado por una mujer muy hermosa. En ningún momento me pareció una película chocante, pero aparte del apartado visual, tampoco especialmente seductora, debido a que no hay pasión cuando Bella tiene sexo con el abogado y con los clientes. No están bien trabajados los grises, es difícil distinguir situaciones importantes, una cierta planicie en las anécdotas.
En el segundo visionado uno encuentra los ripios. Aparentemente se trataría de una película de corte feminista donde la mujer es libre con su cuerpo y en su quehacer, muchas veces egoísta y en realidad despiadada. Pero el discurso feminista es torpedeado por el personaje del abogado, que responde al estereotipo del hombre machista y posesivo (exageradamente estúpido), personaje que es muy fácil de pisotear por Bella Baxter. Esta delgada capa de feminismo no convence y analizando en profundidad, la película me ha parecido algo retorcida.
La protagonista es una niña en su mente y tiene sexo con un adulto (pedofilia) y luego se somete a la explotación de menores. Visto de otro modo, desde un mejor ángulo, una mujer con algún tipo de retraso mental, no acorde a su cuerpo de adulta, tiene relaciones sexuales con hombres que saben de su condición (habla raro y camina con dificultad). En este último caso tampoco parece propio que la sociedad no coarte una conducta que responde a un abuso sexual.
La película intenta pasar gato por liebre, juega a lo retorcido y es tan complicada que el espectador podría aventurar que el director piensa que las mujeres carecen de discernimiento, discurso que se convierte en aberrantemente anti-feminista. Hasta aquí parece una cinta confusa. No intenta abrirnos los ojos, sino más bien imponer conductas extrañas.
Siempre Lanthimos nos presenta seres deshumanizados, que se comportan como robots (pienso en lo peligroso de la inteligencia artificial), en este caso es literal: Bella realmente no articula bien sus movimientos. El personaje no se enamora ni siente gran empatía por sus parejas. Al principio se mueve por instinto y al final es muy práctica, incapaz de brindar amor.
Saca chispas el simplismo del director. Pretende convencernos de que el cerebro de un niño que está aprendiendo a conocer los límites, jugando con los adultos si se quiere, es equiparable al cerebro de un adulto. Puede ser interesante como juego (requiere de una mejor tesis), pero desconocer el aspecto ético en un adulto realmente nos emparenta con los animales. Este es un tema recurrente en Lanthimos, pero llevarlo a este nivel de simpleza, casi sin raciocinio, de repente resulta hasta peligroso.
Una sociedad que aprende de las imágenes difundidas por redes sociales, en videojuegos y un etcétera que es necesario dosificar en la mente de un niño, que deberá aprender a discriminar entre violencia ficticia y real. Esta película posee el germen de la publicidad, crear la sensación de que el sexo con menores de edad es algo correcto, que prostituirse es algo perfectamente razonable y eso mostrarlo a través de imágenes demasiado bellas.
La ética en los adultos es aquello que nos permite discriminar entre el bien y el mal. Plantea la existencia de normas de convivencia para no transgredir la libertad del otro. Todos estos aspectos ineludibles el director los borra de un plumazo.
Parecerá muy entretenido el aprendizaje de Bella, pero en el fondo es un ser esclavo del placer, sin buenas costumbres y que no tiene empacho en destruir al otro. Empatía cero, una narcisista en su estado puro, un personaje muy antipático.
Pero la maña, es que este personaje es Emma Stone, una actriz tan hermosa como estética resulta la película.
El Frankenstein de Mary Shelley era un personaje horrible a la vista, pero de buen corazón, enmarcado dentro del romanticismo. Pero el personaje de Bella es realmente monstruoso y el director nos lo vende como un ideal al que las mujeres debieran acceder.
¿Por qué no hizo el experimento con una actriz fea o con un hombre?, pienso que el supuesto discurso feminista es una venta de pomada para acceder a un mayor número de espectadores.
Hay algo de satírico en el discurso (cine) del director griego, buscando desnudar los vicios individuales o colectivos, los abusos o las deficiencias a través de la farsa y la ironía. Idealmente, en literatura persigue un propósito moralizador o ir en beneficio de la sociedad. Personalmente, como escritor no soy partidario de lo moralizante, pero sí me interesa la verosimilitud.
Una buena sátira debe basarse en una tesis inteligente para seducir al lector o espectador en el caso del cine. La cinta de Lanthimos me ha parecido mal estructurada y dado que este cine está dirigido a adultos que poseen algún tipo de moral, el recurso de la ironía o la farsa no me parece bien trabajado. No queda del todo claro su planteamiento y de verdad ni seduce ni espanta su visionado, incluso podría decir que son excesivos los 140 minutos del metraje.
Vivimos una época de audiencias sensibles y partidarias de las funas y el negacionismo, cuestión con la que estoy en profundo desacuerdo, llegando al extremo (en las redes sociales) de censurar una pintura con un desnudo femenino.
Si Lanthimos realmente ha querido pasar gato por liebre, encubriendo un tema delicado a través de una estética depurada, o disfrazándolo de otra cosa mediante el mismo mecanismo que emplea la publicidad, quizás crea estar bien encaminado debido a que habrá probado tácitamente que el negacionismo es una mala práctica y puede ser utilizado a la inversa: convencer a las masas (engañando a las minorías que componen la sociedad) de que algo aberrante pueda mostrarse como algo deseable.
El problema es que la película es una mezcolanza de ideas y no queda tan clara la inteligencia del guion ni del director. Me parece que estamos en presencia de una película desequilibrada donde la estética es perfecta y el guion posee demasiados agujeros.
El mecanismo de la publicidad usa el recurso de lo subliminal y por eso a veces es peligroso. Quizás Lanthimos pretendía confundirnos con una variación de un personaje de la literatura universal. No se trata de una reinterpretación del mito de Frankenstein, sino de un papel de envolver de colores y formas muy seductoras.
Espero sinceramente que las “pobres criaturas” aludidas por el director sean los personajes y no se refiera despectivamente al público bajo ese apelativo. Si este último fuera el caso, habría verdadera maldad en su puesta en escena y su falta de ética implicaría mucho daño por tratarse de una película premiada en diversos certámenes y, por ende, de profusa distribución.