Vuelve Ridley Scott y, de su mano, vuelve un fenómeno que adolece el cine actual, un fenómeno basado en la producción industrial de obras basadas en contenido ya existente, lo que infiere unas problemáticas en la originalidad del cine que comienzan a ser preocupantes.
Hace no mucho revisioné esa secuela que Coppola confeccionó y que logró mantener esa aura de hacer las cosas por pasión y entrega, y no por vender tiques aprovechando la coyuntura actual. Scott perdurará como un recuerdo imborrable en la historia del cine, pero no será por el apéndice de una película que era perfecta en su individualidad, una cinta que vino cumplió con su cometido y descansó en la psique de los espectadores como una oda a las historias simples, pero con una interpretación de lo narrativo que la elevaba por encima de su idea inicial.
Una idea inicial que Ridley Scott maceró para revitalizar ese cine de romanos que contaba con exponentes de la talla de Espartaco o Ben-Hur y que, en ese momento, permanecía en un letargo que Scott consiguió resucitar. Una resurrección que el público y la academia agradecieron por la agudeza de sus diálogos y por la capacidad de conmover mediante una carga dramática llevada con mimo.
Gladiator 2 es la sombra de lo que fue Gladiator 1
El director reimagina el clásico moderno del péplum en una secuela tan innecesaria como caracterizada por la espectacularidad de los blockbusters contemporáneos, sumergiéndola en una nimiedad que, lejos, queda de su predecesora en cuanto a términos de calidad cinematográfica.
Peplum, del lat. peplum ‘peplo’, es una película ambientada en la Antigüedad clásica.
Gran parte de su pérdida de impacto se debe al hueco que deja Russell Crowe como ese gladiador de principios férreos que no es capaz de llenar un Paul Mescal que no da la talla, no la da en parte por las carencias de su personaje, pero también por su falta de presencia, de peso, lo que te hace añorar más a Crowe que disfrutarlo a él.
Echo de menos a Russell Crowe
Por otro lado, el papel antagónico de esta cinta queda relegado a dos emperadores caricaturizados en demasía, provocando una pérdida de credibilidad e importancia como figuras amenazantes en el camino de nuestro héroe. En este apartado de personajes antagónicos, el único rescatable es un Denzel Washington que se rescataba a sí mismo de un guión sin alma, que le hace estar por encima del material que se le ofrece, reduciéndolo a un remix de ideas autorreferenciales de hace 24 años.
Y qué decir de un Pedro Pascal que ni fu ni fa, ni frío ni calor, está correcto, pero el guion no le da para más, no explota el talento que tiene y lo margina a un espacio de indiferencia para el espectador y de excusa barata para la motivación del protagonista.
El entretenimiento y las expectativas
No me malinterpretéis, la cinta cumple sobradamente con las demandas del cine actual, consigue entretener pese a su duración, pero quiero dejar en claro que nada tiene que ver con esa epopeya de hace dos décadas.
Esta posee un peso en la acción mucho más marcado, sigue teniendo peleas interesantes resueltas con solvencia y con un CGI que me parece poco disimulado en consonancia con el presupuesto del que se disponía, pero esa acción sacrifica esos diálogos mordaces y esas líneas memorables que décadas después todavía se recuerdan.
La cinta se elabora siguiendo el esquema de su predecesora, estrategia que le juega en contra, debido a que cae fácilmente en la comparación y no es que salga perdiendo, es que sale vapuleada.
La falta de identidad de Ridley Scott
Scott sigue fascinado con las esferas de poder de la antigua Roma, y las vuelve a representar, pero de una forma bastante más simplona, provocando cierta indiferencia que se distancia del interés suscitado en el pasado.
Su puesta en escena sigue siendo notable, como era de esperar, un gran diseño de producción que cimienta las bases de lo que se nos ofrece, un buen gusto por lo visual que, lastimosamente, no está aderezado con la maestría de Hans Zimmer, elemento capital que se echa en falta, y que, cuando se recicla su banda sonora, consigues emocionarte, pero por una nostalgia buscada y que es la que fundamenta la existencia de esta secuela.
Lo que quiero expresar es la falta de identidad propia, ya que se trata de un cambalache extraído del pasado con los clichés del presente que funciona como aperitivo palomitero, pero no como secuela de una obra maestra. Y soy consciente de que una secuela casi siempre adolecerá de este problema, pero en este caso el sentimiento es tan palmario que me impide ser optimista con el resultado que nos entrega el estadounidense.
Es profundamente corriente en su inicio, desarrollo y desenlace, por lo que, en esencia, es predecible y, en consecuencia, no es nada que no se haya visto en otras producciones de 7 cifras.
Gladiator II se queda como entretenimiento sin alma
Estas carencias se traducen en cargar todo el peso de la cinta a los momentos de acción, que, siendo notables, no logran soportar lo que se podría esperar de este título: unas expectativas más que justificadas por el legado de su universo y por esas primeras críticas que hablaban de Oscar.
Quiero concluir recomendando su visionado, es un buen producto de entretenimiento, de hecho, posee la capacidad de entretener, y quiero ser compasivo con la cinta por la presión que supone su existencia viniendo de donde viene, pero es imposible que no desprenda ese sentimiento de decepción por un descenso a la futilidad de las secuelas y más aún de secuelas concebidas mucho tiempo después de la original con una clara intención de vender entradas por medio de la nostalgia, movimiento que muchos defenderán y otros tantos no.
Pero Gladiator II es lo que es, no va más allá de lo ya conocido.