El arquitecto canadiense-estadounidense Frank Gehry ha fallecido a los 96 años, en su casa de Santa Mónica (California), tras una breve enfermedad respiratoria.
Con él desaparece una de las voces más rompedoras, reconocibles y controvertidas de la arquitectura mundial: un diseñador que reinterpretó los límites de lo posible en el espacio construido.
El mundo de la arquitectura está de luto. Hoy no se nos va un simple nombre de los libros de historia, hoy se ha ido uno de los “gigantes” de la arquitectura contemporánea, y uno de mis arquitectos favoritos (de hecho la semana pasada soñé con él y con su casa).
Un gigante del siglo XX y XXI
Gehry nació en Toronto, en 1929, y se trasladó a Los Ángeles en 1947 con su familia. Estudió arquitectura, trabajó en oficios modestos para costearse sus estudios, y no fue hasta años después que comenzó a cuestionar las formas tradicionales de construir.
Esa rebeldía creativa le llevó a fundar su propio estudio y, poco a poco, a construir una obra que — en lugar de ajustarse a cánones — los reinventaba.
Para mí el mayor ejemplo de esa reinvención está en su propia casa (y fue la primera obra suya que nos enseñaron en la carrera). Antes de los grandes museos y de las curvas metálicas, Gehry tomó una vivienda suburbana normal, aparentemente aburrida por fuera, y la envolvió con materiales industriales: chapa ondulada, malla metálica, fragmentos desalineados, geometrías inesperadas.
De fuera parecía una obra en construcción permanente; de dentro, un manifiesto:
la arquitectura no tiene por qué terminar donde termina la norma.
Fue la primera vez que el mundo vio la rebeldía formal de este arquitecto. Y aunque hoy parezca humilde frente a sus íconos globales, sin esta casa, nada de lo demás habría existido.
El Museo Guggenheim de Bilbao (1997)
Aquí en España somos afortunados de poder disfrutar de su Museo Guggenheim de Bilbao, otro de los hitos de la historia urbana contemporánea. Hoy en día es frecuente escuchar conceptos como «regeneración urbana», pero hace 30 años sonaba a algo totalmente futurista.
Ghery planteó para el concurso un edificio que rompiese con los estandares de la época pero que a la vez se integrase en el entorno. Tenía que casar con el antiguo puerto industrial de Bilbao pero desconectarse de los museos tradicionales.
Y lo consiguió. Tanto que hasta creó un movimiento que trataron de copiar en muchas otras ciudades: el Efecto Guggenheim.
Con su piel de titanio y sus curvas casi líquidas, Gehry consiguió convertir un edificio cultural en un motor de transformación social, económica y simbólica de una ciudad.
El edificio recibió múltiples críticas favorables, como la del arquitecto estadounidense Philip Johnson, quien lo calificó como «el edificio más grande de nuestros tiempos».
Si te gusta lo que hacemos y quieres que este proyecto siga creciendo, puedes apoyarnos en
PayPal.
Cada aportación, por pequeña que sea, nos ayuda a mantener vivo este proyecto independiente.
