Durante el reinado de Alfonso X, Castilla estuvo cerca de restaurar el Imperio Romano y unificar Europa.
Alfonso X el Sabio fue una figuras más emblemáticas de la Edad Media. Su influencia abarcó no solo las fronteras de la Península Ibérica, sino también el panorama político y cultural de toda Europa. Ascendiendo al trono en 1252, Alfonso X no solo consolidó el poder de la monarquía castellana, sino que también se destacó como un ferviente promotor del conocimiento y la erudición en un período de profundos cambios.
Su apodo «el Sabio» refleja su compromiso con la educación y la cultura, así como su habilidad para navegar con astucia en los tumultuosos mares políticos de la época.
Durante el reinado de Alfonso X, la Península Ibérica experimentó un renacimiento cultural sin precedentes. Su corte en Toledo se convirtió en un epicentro de aprendizaje y desarrollo intelectual, donde eruditos de diversas religiones y culturas se congregaban para promover el intercambio de ideas. Este florecimiento cultural no solo enriqueció el patrimonio de Castilla, sino que también tuvo un impacto duradero en la cultura europea en general.
Además de su legado cultural, Alfonso X desempeñó un papel crucial en la política europea de su tiempo. Con aspiraciones de expandir la influencia de Castilla más allá de sus fronteras, el rey Sabio buscó obtener el título de Emperador del Sacro Imperio Romano. Aunque no logró alcanzar este objetivo, su intento ilustra su ambición y su deseo de situar a Castilla en el centro del escenario europeo.
La Castilla de Alfonso X el Sabio
Alfonso X el Sabio ascendió al trono de Castilla en el año 1252, en un momento de gran agitación política y social en Europa. En la Península Ibérica, la Reconquista cristiana contra los reinos musulmanes estaba en su punto álgido.
Bajo el reinado de Alfonso el Reino de Castilla consolidaba su poder a través de la conquista de territorios musulmanes, entre los que se encontraban Murcia, Cartagena, Sevilla y Alicante. La aspiración de Alfonso X era unificar los reinos que había bajo la Corona de Castilla castellanos
El Reino de Castilla, bajo el reinado de Alfonso X, se consolidó como la principal potencia en la Península Ibérica. Con la conquista de importantes territorios musulmanes (entre los que se encontraban Murcia, Cartagena, Sevilla y Alicante) y una creciente influencia política, Castilla se encontraba en una posición estratégica para participar en los asuntos europeos. La aspiración de Alfonso X de obtener el título de Emperador del Sacro Imperio Romano reflejaba su ambición por proyectar el poder castellano más allá de las fronteras de la Península Ibérica y participar activamente en la política continental.
La influencia del Sacro Imperio
Alfonso X el Sabio fue, por herencia, candidato a varios de los títulos más importantes del mundo en aquel momento. Su madre era Beatriz de Suabia, noble alemana de la Casa de Hohenstaufen (una dinastía de emperadores del Sacro Imperio Romano Germánico). Además era nieto de Irene Ángelo, hija del emperador bizantino Isaac II Ángelo (esto hizo a Alfonso biznieto del Emperador Bizantino). Por su parte y más en ámbito peninsular, Alfonso era hijo de Fernando III el Santo, rey que unificó la Corona de Castilla y la de León.
Viendo el árbol genealógico que tuvo y la llegada de Castilla hasta el sur de la Península no es de extrañar que pronto el rey se «cansase» de las batallas locales y buscase ampliar su poder al ámbito europeo.
Desde una perspectiva estratégica, la coronación como Emperador del Sacro Imperio Romano habría brindado a Alfonso X la oportunidad de ejercer una mayor influencia en los asuntos políticos y religiosos de Europa. Como Emperador, habría tenido la capacidad de intervenir en conflictos territoriales, negociar alianzas y ejercer autoridad sobre los príncipes electores y otros gobernantes europeos. Esta influencia política ampliada habría permitido a Alfonso X promover sus intereses y objetivos, tanto dentro de Castilla como en el escenario europeo más amplio.
Además de consideraciones políticas y estratégicas, las aspiraciones de Alfonso X también estaban impulsadas por motivaciones personales y culturales. Como mecenas de las artes y las ciencias, Alfonso X estaba imbuido de un profundo sentido de la grandeza. La idea de ser coronado Emperador del Sacro Imperio Romano no solo habría cumplido sus ambiciones políticas, sino que también habría validado su papel como defensor de la cultura y el conocimiento en Europa.
El fecho del Imperio
Sobre el 1250 el Sacro Imperio se encontraba en su mayor extensión territorial y, tras la muerte del rey Guillermo de Holanda en el 1256, se abrió un conflicto sucesorio en toda Europa.
Esto llevó a diferentes dinastías a reclamar el título de Rey de los Romanos, dividiéndose en 2 grandes bandos, correspondientes a 2 candidatos: Alfonso X, como hijo de Beatriz de Suabia, y Ricardo de Cornualles, hermano de Enrique III de Inglaterra.
Desde Pisa vieron en el monarca castellano una opción viable para ocupar el trono imperial, y rápidamente trataron de convencer al rey. Enviaron una embajada hasta Soria para elogiar su figura y presentarle sus respetos «en nombre de Pisa, toda Italia y casi todo el mundo», palabras que convencieron al rey Alfonso.
Alfonso X de Castilla vs Ricardo de Cornualles
El enfrentamiento se vio marcado por intrigas y maniobras políticas, entre las que se encontraba el soborno y la extorsión. Alfonso gastó grandes sumas de dinero de las arcas castellanas para sobornar a varios electores y poder inclinar así la balanza a su favor.
Los arzobispos de Maguncia y Colonial y el Conde Palatino del Rin respaldaron al candidato inglés, mientras que el arzobispo de Tréveris, el Duque de Sajonia y el margrave de Brandeburgo se inclinaron por el ibérico (a cambio de 400.000 francos).
El 13 de enero de 1257, día de las elecciones en Fráncfort, los partidarios de Alfonso impidieron la entrada de los seguidores de Ricardo a la ciudad, lo que llevó a estos últimos a reunirse fuera de los muros y elegir a Ricardo como rey. Por su parte, los defensores de Alfonso también lo eligieron como rey en Fráncfort el Domingo de Ramos de ese mismo año, unos meses después. Esta disputa dejó un resultado muy parejo y obligó a Alfonso a gastar más cantidades de dinero para obtener más apoyos (costo que provocó el descontento en las Cortes y la nobleza castellana).
De esta nueva inversión sacó el apoyo para su causa de los principales países europeos: Francia, Aragón, Portugal, Hungría y Navarra.
El 15 de agosto de 1257 Alfonso ya se vio como nuevo líder del Sacro Imperio y formó su propia corte imperial, antes incluso de tener la aprobación papal.
Ricardo de Cornualles por su parte quiso ganarse a la nobleza europea y adelantarse a su rival y realizó un viaje hasta Aquiagrán, una de las ciudades más importantes del momento. Allí le pidió al arzobispo de Colonia que le coronase Emperador de los Romanos junto a la tumba de Carlomagno, y este accedió. Este hábil movimiento político aumentó su fama y la gente empezó a verle como legítimo ganador de las elecciones. Tal es así que consiguió que Pisa y Marsella cambiasen de parecer y se posicionasen en contra de Alfonso.
La última palabra ante este embrollo le correspondía al Papa Alejandro IV. La figura del pontífice, aunque inicialmente favorable al monarca castellano, comenzó a mostrar reticencias debido a las alianzas de Castilla con varios gobernantes italianos, especialmente con Ezzelino de Romano, considerado hereje por el papado. Finalmente el Papa Alejandro IV se decidió por Ricardo de Cornualles, viéndole como un gobernador más manejable y adaptable a los intereses papales.
Nuevos impuestos castellanos
En medio de este panorama adverso, Alfonso X convocó Cortes en Toledo en un intento desesperado por obtener fondos para sustentar su candidatura imperial. Sin embargo, la nobleza y los representantes de las villas y ciudades se mostraron reacios a respaldar económicamente las aspiraciones del monarca, argumentando la creciente inflación y la falta de beneficios para los reinos.
El final de Alfonso X
Los últimos años del reinado del rey Alfonso estuvieron marcados por conflictos internos, incluida la muerte de su hijo primogénito Fernando y la disputa sucesoria con su hijo Sancho. Esta situación culminó en la Asamblea de Valladolid de 1282, donde Alfonso X fue desposeído de sus poderes en favor de Sancho.
A pesar de no lograr su aspiración de convertirse en emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Alfonso X el Sabio sigue siendo recordado como uno de los monarcas más destacados de la Edad Media, cuyo legado trasciende las fronteras de su reino y sigue siendo objeto de estudio y admiración hasta nuestros días.
Abandonado por casi todos, Alfonso X falleció el 4 de abril de 1284 en el Alcázar de Sevilla, dejando un legado de sabiduría y cultura que perduraría a lo largo de los siglos.