Tal vez esta vez

Tal vez esta vez

Pasa de todo cuando una lee. Nombres completamente desconocidos, ecos de títulos alguna vez oídos, coincidencias obvias, sincronías extrañísimas.

Lima, 25 de diciembre de 2025.

Algo pasó. Algo se movió. Algo me empujó frente a este teclado.

Después del frenesí de los últimos veinte días, hoy me regalé terminar la novela que había empezado en julio. Habían sido entonces unas cuantas páginas. Veinte, treinta tal vez. Después le presté el libro a una chica que andaba queriendo escribir sobre un proceso parecido. ¿Parecido o semejante? ¿O el mismo? ¿Qué es esto que hacen las palabras, esto de tornar general lo singular, de nombrar con idéntica grafía lo que sólo puede decirse desde la más recóndita subjetividad?

Y en todo caso, ¿parecido a qué? ¿A una muerte? ¿A un duelo? ¿A una búsqueda? ¿No cabe la humanidad toda en esas palabras?

Yo iba a tener el libro conmigo después; ella no. Por eso lo presté. Y porque a veces gozo en demorarme. Saber que voy a estar leyendo un libro varios días, que voy a andar por ahí envuelta en la atmósfera de sus páginas.

Cuando me lo devolvió yo estaba en otra sintonía. Y en otro continente. Y cuando volvía a casa había otra biblioteca, así que todo estaba mezclado. Y yo también. Anduve distraída, disfrazada de no tengo tiempo. Y ni leí ni escribí mucho. Tampoco ordené los libros. Hasta esta semana.

Cuando volví a agarrar El precioso ruido de un corazón, de la argentina Natalia Romero, editado por Manos de Pan, bastaron unas páginas antes de la mesa, los regalos, los mensajes de whatsapp para retomar el hilo. Y el ritmo de las frases limpias, concisas.

¿El hilo de qué?

Leer y todo lo de alrdedor

Pocas cosas disfruto más de leer que cuando lo que leo me da ganas de subrayar. Este es el caso. Lo hago con el lápiz que saqué de la cartuchera de uno de los chicos. Estamos de vacaciones.

Ensayo la quietud para ver el horizonte. La que escribe esa frase me habla hoy a mí.

Habla por mí hoy. Ensayo la quietud para ver el horizonte.

Desde que abro los ojos a las ocho de la mañana, después de la de la mesa, los regalos, los mensajes de whatsapp, leo. Le sigo la pista a la hija en busca de la madre, a la escritora aferrada a las palabras, a la mujer que descubre querer ser madre. A la que se pregunta qué estaba mirando antes.

Salto de una a la otra con facilidad. No hay abismos. No hay costuras. Todas las narradoras se dan la mano y se sueltan con naturalidad, con ligereza. Porque son una.

Escribo este libro como si las palabras pudieran crear algo, un puente. Dice la escritora hija mujer. Puente. A veces, yo sé que busco un muro, una fosa.

Me zambullo en la hija, en su tempo, en sus preguntas, en sus ojos.

…ella es el río, la espuma, el torrente de agua.

Dice la hija de la madre.

Digo yo de la escritora.

Pocas cosas disfruto más de leer que cuando lo que leo me da ganas de escribir. Este es el caso. Lo hago. Primero en mi cabeza. Redacto párrafos enteros, la sien contra la almohada. Párrafos que ahora, sentada ante el teclado, haciendo abstracción de lo que pasa alrededor, no podré recuperar. Conozco bien esa sensación. Voy en busca de algo que no se deja atrapar, ni decir. Pero no porque lo haya perdido. Tal vez nunca haya existido.

Hace mucho que no escribo. Que no construyo una ilación. Que no me siento a darme el tiempo de escribir. Hoy me dieron ganas. El libro me dio ganas. Lo que hace su autora con el lenguaje. Como si fuera una vieja sabia que remueve la tierra del cantero porque sabe que sólo así.

Pocas cosas disfruto más de leer que el descubrir universos de autores y autoras. En la última página de los libros suelo anotar títulos, nombres, lo que quisiera leer a partir de lo que estoy leyendo. Pasa de todo cuando una lee. Nombres completamente desconocidos, ecos de títulos alguna vez oídos, coincidencias obvias, sincronías extrañísimas.

Decir a través de otros

En El precioso ruido de un corazón hay citas. Una es de Mar García Puig. No me habla la cita, me habla el nombre. Sonrío. Estoy segura de haber comprado un libro de Mar García Puig, a quien nunca había leído ni sentido nombrar, la misma tarde y en la misma librería en la que compré la novela que acabo de leer. Sí. Las sincronías, más que extrañísimas, son el pentagrama en el que me escribo. Muchas veces compro libros así, sin saber, guiada por una intuición que no quiero tratar de entender. Casi siempre esos hilos hacen trama.

Qué lindo llamarse Mar. El libro, de la colección En Debate de Penguin Random House, es un ensayo sobre las metáforas. Sobre la ambivalencia de las metáforas. Esta cosa de tinieblas, se llama. Y habla también de hacerle trampas a la vida gracias a la literatura.

Otra de las citas de la novela de Natalia Romero es de Bhagavad-Gita: la intención detrás de la acción es lo que importa.

No. No es lo que importa. Vengo dándole vueltas al asunto de la intención hace medio año. Creo tener algo que decir. Al menos algo que preguntar. ¿Existe algo más allá de la acción?

Tengo que buscar en internet. Bhagavad-Gita es un texto sagrado del hinduismo. ¿Quién me creo que soy para discutirle a un texto sagrado?

Pocas cosas disfruto más de leer que dimensionar el tamaño de mi ignorancia. Y aún así, seguir viéndomelas con el lenguaje.

Vuelvo, después de meses, a la carpeta Cocinándose, donde guardo ideas, líneas disparadoras, escenas, asociaciones libres que luego quiero retomar, que podrían ser el germen de un texto. Esa carpeta es la trastienda de estas notas que publico en Nos vemos los jueves. Hace mucho que está inmóvil. Con los mismos archivos en situación de estancamiento. Pero hoy, apenas unas horas después de haber cerrado El precioso ruido de un corazón, guardo este archivo. O la primera versión de este texto. Dudo al momento de ponerle nombre al documento. Sé que lo voy a cambiar, que es mientras escribo que aparece lo que quiere ser dicho.

Tal vez esta nota no sea más que un Hola, estoy de vuelta.

Tal vez quiera decir: por todo, y a pesar de todo, aquí estamos, lenguaje. Con este cuerpo que escribe.

Tal vez no quiera más que decir ¡Gracias Natalia! Por tu novela, tu esculpir el lenguaje con dedicación de entomóloga. Gracias por tu entereza al escribir. Por haber hecho que me llegara esta marea, esta ráfaga, estas ganas de volver a escribir. Esta pulsión de detenerme, de quedarme un poco más.

Y no es casual, claro. Ayer merodée en torno a la Navidad, el nacimiento, el niño en un pesebre. Y llegó Zambrano para decir con precisión.

La vida aparece casi de incógnito, sin esplendor alguno; la pobre vida.

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