Toco el tronco rugoso de una araucaria. Deslizo mis dedos por la corteza descascarada de un álamo, me detengo en sus nudos oscuros -quién no los tiene-. Piso las hojas caídas, que crujen en un otoño fuera de temporada. Me acerco a la orilla del lago. Las piedras hincan las plantas de mis pies. Camino en alerta. El agua helada hace que tome conciencia de mis tobillos. Mis labios están rotos por el sol y la sequedad. Cada vez que río, sangro.
La textura de los Andes patagónicos permanece en mí mientras escribo.
Etimología y saber
Textura y texto son palabras hijas del mismo tronco. Textura, viene del latín textura, compuesta por textus (trama o tejido) y por el sufijo ura (actividad o resultado). La RAE la define como la disposición y orden de los hilos en una tela. Sinónimo de trama, urdimbre. Por su parte, “texto” también viene del latín textus. Escritura y tejido como anvés y revés de un estar en el mundo.
En Coser y contar, nota publicada en El País, Irene Vallejo cuenta que en muchas lenguas, “texto”, “textura” y “textil” son palabras que comparten el mismo origen. Dice: «La metáfora del tejido es constante en la creación verbal: bordamos un discurso, hilvanamos ideas, hilamos palabras, urdimos planes, nos devanamos los sesos, desovillamos enredos, nuestros relatos tienen trama, nudo y desenlace.” Desde las raíces se imbrican los tejidos de lanas y de palabras.
Remontar al origen de las palabras nos permite acceder a sentidos que han quedado perdidos en la historia de sus usos. Como sostiene la lingüista argentina Ivonne Bordelois (1934) en Etimología de las pasiones, a través de la etimología podemos encontrar “una suerte de arqueología de la sabiduría colectiva, sumergida en la lengua.”
Este surcar el río hacia las raíces “no es un camino hacia el pasado, un retroceso. No se trata de recuperación sino de reinterpretación. Es el descubrimiento del sentido de las raíces que persisten transformadas en las palabras de ahora. Es el descubrimiento de lo que está oculto, de lo que somos y no sabíamos. Las raíces de las palabras no están atrás, en el pasado: están en lo profundo del aquí y el ahora.” Es por eso que, aún si conocer de etimología, el habla coloquial entrelaza tejido y texto.
Ir al corazón de la escritura es, por eso mismo, dirigirnos al deseo de contar -que es, cómo no, deseo de abrigar- que habita en los humanos casi con la fuerza de un instinto.
Lo enredado
La primera vez que visualicé con claridad esta ligazón de texto y tejido fue al leer la tesis doctoral “La experiencia de las mujeres que teje sentido en la relación educativa. Una investigación narrativa”, de la pedagoga Amparo Chumacero Ruiz (1978). Allí la autora no sólo rompe con la convención académica de escribir desde una tercera persona desafecta y lejana para involucrarse en una primera persona interpelada, sino que además pone patas arriba la idea de la pedagogía como transmisión, para centrarse en el núcleo duro de la posibilidad de aprender: el vínculo docente-estudiante.
Chumacero narra con detalle su Eureka: de repente un día, ante un tejido de su Bolivia natal, tuvo la certeza de que no estaba ante un tejido, o no sólo, sino también ante un libro. La antropología latinoamericana del siglo XX es prolífica en estudios acerca de los tejidos y sus narraciones, su polifonía, la manera en que desde la infancia niños y niñas aprenden su lenguaje. Ovillos, lana, colores, telar, patrones. Ritmo, tono, trama, personajes. Texto y textil requieren de una mesa de laboratorio en la que se prepare lo que viene. Y eso que bien, siempre puede ser otra cosa, una sorpresa, un camino hacia el que no habíamos planeado ir.
En El abanico de seda la escritora de origen chino asentada en Estados Unidos, Lisa See (1955), narra la historia de Lirio Blanco y Flor de Nieve, dos pequeñas que nacieron el mismo día y que se hermanan, hasta que se desencuentran. Una especie de Elena y Rafaella -protagonistas de la saga La amiga estupenda, de Elena Ferrante-, pero de Oriente. Juntas aprenden el arte del nu shu, la escritura milenaria china que sólo es escrita y leída por mujeres. Relegadas al ámbito doméstico, excluidas de las decisiones, las mujeres chinas crearon una manera de comunicarse a través de bordados, que luego devinieron alfabeto. No se trata sólo de una escritura que habían creado y sólo usaban mujeres, sino que los hombres desconocieron su existencia hasta mediados del siglo XX. Hay muchas maneras de resistir. En esta versión de resistencia de mujeres chinas, escritura y textura van, cómo no, de la mano.
Un fragmento del capítulo 73 de Rayuela dice así:
Nuestra verdad posible tiene que ser invención, es decir escritura, literatura, pintura, escultura, agricultura, piscicultura, todas las turas de este mundo. Los valores, turas, la santidad, una tura, la sociedad, una tura, el amor, pura tura, la belleza, tura de turas.
Textura, tura. Claro.
Fin de las vacaciones. En la mesa familiar recordamos una gesta del año dos mil. Cuando recién estábamos empezando a acostumbrarnos a la presencia de internet en nuestras vidas, alguien, alguna institución lanzó un desafío: había que votar la palabra más bella del español. No importa aquí la torpeza de la consigna. Mientras comíamos el postre fuimos contando cuáles habían sido nuestras palabras elegidas. Se dijo ojalá. Rocambolesco. Buganvilia. Alguien que sin saberlo sabe de texturas y escritura, dijo que había postulado la palabra urdimbre.