Hace varios años, una amiga me recomendó Radio Ambulante, el podcast que cuenta historias de América Latina -y que también recomiendo-. Ningún episodio te deja indiferente. Tardé un tiempo en darme cuenta de cuál era el secreto.
Con las dosis justas de información y emoción, cada episodio logra capturar el momento justo en el que la biografía se encuentra frente a frente con la Historia. O, para decirlo desde otro punto de vista, el momento preciso en el que la Historia, tan señora, entra en la vida de una persona para volverla otra. Y esa persona, claro, es o representa a muchas más personas. En conjunto, las historias de Radio Ambulante narran una época, ésta.
Una de las preguntas que desvela a las ciencias sociales es, precisamente, la de la relación que se establece entre la biografía y la Historia. ¿Somos hijos del libre albedrío? ¿Hacemos lo que nuestra personalidad nos llama a hacer? En definitiva, ¿hasta qué punto decidimos la vida que llevamos?
Respuestas de negación rotunda a estas preguntas nos llevan a la noción de destino. Esto es, a la caída o ascenso fatal, ineludible del héroe. Y aquí, ya estamos en el terreno de la literatura.
El historiador francés Fernand Braudel (1902-1985) hablaba de la corta y la larga duración. La corta duración es el tiempo de la coyuntura y de las biografías, el tiempo de una vida. La larga duración, claro, es el tiempo de largo aliento, el de la Historia, tiempo de las naciones y las instituciones.
Por supuesto, no son dos andariveles de una piscina anchísima, esas temporalidades se cruzan, se encuentran, se imbrican. A veces en un roce, un eco. Otras veces chocan, se estrellan. Nunca se pierden de vista.
¿Cómo aborda la literatura ese encuentro descentrado?
Contando historias.
En este punto, es preciso recordar la distinción que tiene el habla inglesa entre story, para referirse a cuento o relato y history para aludir a la Historia; lo que en español distinguimos usando la “h” minúscula o mayúscula. Toda narración ancla en un aquí y ahora.
Aún si ese tiempo y/o ese espacio son fruto de la imaginación del autor o pinceladas débiles apenas distinguibles, no puede no haber tales coordenadas en un relato. Veremos qué hacen dos autores contemporáneos con este dilema.
El hijo del escritor
En Hamnet, la escritora irlandesa Maggie O´Farrell (1972), narra la vida de un joven Shakespeare: el hastío del trabajo, la opresión de la familia, el amor con la mujer menos pensada, la muerte del hijo, la vida como dramaturgo. La estructura de la novela (traducida al español por Concha Cardeñoso y publicada por Libros del Asteroide en 2020) intercala capítulos de la juventud de Shakespeare con capítulos que giran en torno a la muerte del hijo, ocurrida en 1596. Cuatro años después, sale a la luz Hamlet. Una de las preguntas que sostiene la tensión de la novela será ¿Cómo es posible tener que cerrar los ojos de un hijo muerto? Y sin embargo, no ése el nudo nervioso de la obra.
O´Farrell elige un narrador omnisciente que es capaz de poner el foco en cada personaje -y son muchos, como en todas las familias- sin marear al lector, sin cacofonías.

Para dar vida a esta historia, que bebe de la Historia, la autora recrea los días en la Inglaterra de alrededor de 1580. Narra con fluidez y naturalidad una dinámica social y condiciones materiales que son ajenas a cualquier lector del siglo XXI, pero en las que nos sumergimos de su mano sin tropiezos. Pero ése, es sólo una vía para otra cosa. Porque las historias son siempre la excusa para eso otro, inapresable, que exuda la literatura y que es ajeno a cualquier disciplina que no sea del mundo del arte. En algún momento, la voz narradora enuncia que Toda vida tiene un núcleo, un eje, un epicentro del que todo sale y al que todo vuelve.
Y entonces cada lector vuelve los ojos a la propia vida, y tendrá que retroceder algunas páginas, las que leyó en estado de abstracción.
En efecto, dice Mariana Enríquez sobre Hamnet: “aunque tiene la apariencia de una novela histórica y un verosímil de construcción magistral (todo el tiempo estamos leyendo, sin dudas, sobre Shakespeare y su familia) también hay algo etéreo, fuera del tiempo, que nos dice esto es especulación, esta también es la historia de cómo nos extraviamos cuando se suelta esa estaca que parece tener amarrado al mundo. Cómo nos perdemos en el duelo y cómo también, a veces, en esa oscuridad encontramos la trascendencia.”
El encuentro con lo otro
En Seda, el escritor italiano Alessandro Baricco (1958) narra la vida de Hervé Joncour, un hombre a horcajadas entre Francia y Japón a fines del siglo XIX.

Joncour es el elegido de un pueblo francés para ir a buscar huevos de gusanos de seda a Japón. En esos viajes, la voz narradora no sólo nos cuenta el encuentro de Occidente con Oriente, el extrañamiento, el tiempo casi detenido, la percepción del riesgo junto con la fascinación; sino también la transformación silenciosa de Joncour a quien antes del primer viaje podría definirse como un hombre común. Sobre él dice el narrador: Era, por lo demás, uno de esos hombres que prefieren asistir a su propia vida y consideran improcedente cualquier aspiración a vivirla.
A través de capítulos cortos, de una economía del lenguaje superlativa, el autor va desplegando sobre la mesa una historia, la de Joncour y una Historia, la de la Ruta de la Seda, ese sistema de comercio que además de mercancías propició el intercambio de culturas, valores, tecnologías y saberes a lo largo de siglos.
Cuando creemos entender que el protagonista podría morir de nostalgia por algo que no vivirás nunca, como dice una de las líneas de diálogo, algo se pone en marcha y entonces hacia el final el narrador dice de Joncour: Tenía consigo la indestructible calma de los hombres que se sienten en su lugar. El arco narrativo nos habla de un héroe involuntario.
Pero la novela nos reserva aún un secreto.

Esta nota estaría incompleta si no apuntara que tanto en Hamnet como en Seda hay guantes, de piel de cordero y de seda, y hay cartas que atraviesan kilómetros. Y sobre todo, hay también en cada una de las novelas, una mujer inapresable que lo sabe todo. En ningún caso esa mujer usa su saber, su poder, para hacer el mal. Al contrario.
Por eso, tal vez, estas novelas no hablen de William y de Hervé, sino de Agnes y de Hélène, esas mujeres que la Historia ha mantenido en el anonimato, pero que las historias, cada vez más, traen al primer plano.