El río, los ríos componen universos en los que se aloja la vida. Agua, alimentos, reposo, frescura.
El río, los ríos traen restos -palabras- a la orilla: afluente, cauce, sedimento, desembocadura. Peces de colores remontan sus aguas urgentes.
El río, los ríos bajan de la montaña con lengua: caudal, lecho, rápidos, corrientes.
El río, los ríos organizan un paisaje de fango, piedras, riberas y riachos.
Pescadores, lavanderas, contrabandistas y poetas beben, desde siempre, de sus aguas.
El idioma del río
En el Río de la Plata suele producirse un fenómeno meteorológico llamado Sudestada. Una corriente de aire caliente que viene del Litoral se adentra en una masa fría procedente de la Patagonia y desata temporales de antología.
Cuando hay Sudestada sopla un viento inclemente, llueve sin piedad y el río, el inmenso y marrón Río de la Plata, desborda. Una bestia de 325 km de largo, que por momentos llega a tener una anchura de más de 200 km, sale de su cauce con la furia de una madre que busca a sus hijos. Va a demoler lo que sea necesario antes de calmarse. Si es que lo logra.
Los fenómenos meteorológicos, ya sabemos, no son sólo eso. Hay quienes dicen que el río pena varios días después de haberse desbocado.
En Adán BuenosAyres, la novela que algunos entienden como el Ulises argentino, Leopoldo Marechal (1900-1970), escribe a propósito del Río de la Plata:
El que no ha escuchado la voz del Río no comprenderá nunca la tristeza de Buenos Aires. ¡Es la tristeza del barro que pide un alma! ¡Es el idioma del río!
La idea de que el río tenga un idioma, que el río sea un idioma, es recurrente en la literatura. Quien aguce el oído podrá captar retazos de palabras, huellas de un idioma resbaladizo.
Otros ríos son briosos, cristalinos, festivos. El que ladea Buenos Aires es un río hecho de bilis negra. La ciudad y sus gentes quedan teñidas de su tristeza.
En su poema El río, el poeta Pablo Neruda (segundo Nobel de Literatura de Chile después de Gabriela Mistral), también repara en el idioma del río.
Yo no sé
lo que dicen los cuadros ni los libros
(no todos los cuadros ni todos los libros,
sólo algunos),
pero sé lo que dicen
todos los ríos.
Tienen el mismo idioma que yo tengo.Fragmentos de El río, de Pablo Neruda
La poesía y el río, dos lenguas indómitas. Imprescindibles para la vida. Lenguas esquivas, imposibles de ser domesticadas. Lenguas inapresables sólo habladas por los dioses.
Yo soy el río
A los 18 años, un poeta peruano llamado Javier Heraud publicó en 1960 su primer poemario: El río. Dividido en cinco partes, se inicia con un epígrafe de Machado:
la vida baja como un ancho río
El poema El Río, con el que abre el poemario, juega con el yo poético, desubica, le da voz al río. Y el río le permite decir(se). Yo soy el río // Yo soy un río es la aliteración en la que el poema sostiene el ritmo, por momentos caudaloso, inquietante; por momentos sereno, claro.
Yo soy un río,
voy bajando por
las piedras anchas(…)
Yo soy el río.
Pero a veces soy
bravo
y
fuerte
pero a veces
no respeto ni a
la vida ni a la
muerte.
(…)Y mi furia se
torna apacible,
y me vuelvo
árbol,
y me estanco
como un árbol,
y me silencio
como una piedra(…)
Javier Heraud, murió asesinado el 15 de mayo de 1963, en las aguas del río Madre de Dios, en la Amazonía peruana, bajo las ráfagas de ametralladoras de la Policía. El documental El viaje de Javier Heraud recoge su historia. El año anterior se había unido al Ejército de Liberación Nacional y luego de un viaje por Cuba, Bolivia y Brasil volvió al Perú. Tal vez, le pasó como al poeta y militante montonero argentino Paco Urondo, que escribió: “empuñé un arma porque buscaba la palabra justa”.
La poeta y ensayista argentina Alicia Genovese (1953) es una visitante asidua del río y el agua en su literatura: El borde es un río (1997), Puentes (un poema largo devenido libro, 2010), Aguas (2013), El río anterior (antología de 2014), Diarios del Delta (2018). En el cauce de un poema que parece hablar de otra cosa -la poesía siempre habla de otra cosa-, los versos irrumpen, rompen contra el frontis del lenguaje para que el poema diga lo que tiene que decir -la poesía siempre vuelve al lenguaje.
Río
que mana imaginario
y elemental
desmiente cauces
humedece la espalda
la devuelve
al límite sin domesticar
a la desmesura
del agua desoída.Fragmento de El Borde, de Alicia Genovese
La música del río
El río, los ríos comunican y separan, vivifican y destruyen. No alcanzan las palabras para decir al río. ¿Cómo contar su movimiento, sus contradicciones? ¿Cómo su furia desatada, sus saltos, su silencio seco?
En La Calandria / Fui al Río la cantante y música entrerriana Liliana Herrero conjuga, como si hubieran estado hechos el uno para el otro, el chamamé La Calandria, de Isaco Abitbol, y el poema Fui al río del también entrerriano, Juan L. Ortiz.
El chamamé, declarado Patrimonio Inmaterial por la Unesco, es un baile, una música, un ritmo y un modo de entender la vida. El río, los ríos son parte crucial de esa vida común de humanos y naturaleza. El poeta va al río, se sienta frente a él.
Quería comprenderlo,
sentir qué decía el cielo vago y pálido en él
con sus primeras sílabas alargadas,
pero no podía.
Fragmento de Fui al río…, de Juan L. Ortiz
En el poema, el gesto de quien sigue una intuición. Podemos imaginarnos al muchacho enamorado -o a la mujer que toma una decisión, incluso al niño que presiente que hay un mundo más allá-, podemos imaginarlo, decía, frente al río, las piernas recogidas entre los propios brazos, la mirada clavada en la otra orilla, mira el discurrir del agua, como quien reza, quien espera un mensaje. Azorado y testarudo, como el poeta frente al lenguaje.
En la Oración del Remanso, el cantautor argentino Jorge Fandermole le canta al Cristo de las redes. La voz poética encarna en un pescador que es también, un poco, el río Paraná.
Soy de la orilla brava del agua turbia y la correntada
que baja hermosa por su barrosa profundidad(…)
Tengo el color del río y su misma voz en mi canto sigo
el agua mansa y su suave danza en el corazón
Antes del canto, y después de toda pena, el río.
El río, los ríos, las aguas, el tiempo.
Me siento a mirar el río,
te extraño y el río lo sabe.
Fragmento de «Luján», de Martín Rodríguez