En este artículo he intentado conducir el río de la inmensidad escrita sobre Virgilio hasta su más cercano y entretenido estuario, allá por las costas de la inmensidad oceánica de la cultura, para ofreceros el agua que, a lo largo de su curso, siempre habéis estado alimentando con dulces y afectuosas lluvias.
Orígenes de Virgilio:
Lo primero de todo, así como el Sol se eleva sobre las lejanas cumbres de Oriente, nace Virgilio en la región de Lombardía, perteneciente a la Galia Cisalpina, allá por el año 70 a.C. en los Idus de octubre: el día 15. Nuestro poeta vino a la vida en una pequeña aldea cercana a Mantua de nombre Andes. El célebre Dante, motivado por su amor por el mantuano, emprendió una investigación a fin de situar en su época la que hubo sido la patria de nacimiento del más grande poeta de todos los tiempos.
La conclusión del florentino situó la antigua Andes en la aldea de Piétole, a unos 5 kilómetros al suroeste de Mantua. Cierto es que muchos de los autores que han tratado este tema han elaborado teorías muy dispares, eligiendo lugares de distintas índoles que podrían estar representados en la poesía de Virgilio. Sin embargo, pues conocida es la inclinación de Marón por la verde tierra de Nápoles, las descripciones que plasmó en su obra (especialmente las Geórgicas) bien podrían referirse al sur, a Campania. La seguridad la tenemos porque en Andes, siguiendo la opinión de Dante, la actual Piétole, no existen, por ejemplo, las colinas de las que nos habla Virgilio en la Egloga 9 (7-9):
Certe equidem audieram, qua se subducere colles
Incipiunt mollique iugum demittere cliuo,
Usque ad aquam et veteres, iam fracta cacumina, fagosVirgilio
“Yo, en verdad, había oído decir que allá, donde comienzan a abajarse los collados y formar suaves laderas hasta el río y hasta las viejas hayas, con sus copas destronchadas…”
Una vez expuesto su lugar de nacimiento, se nos manifiesta la duda del tipo de familia que lo vio venir al mundo. En este sentido, existe una inseguridad generalizada al respecto del nombre de sus padres. Las fuentes nos legan el nombre de Virgilio, como el poeta, para su padre (y es que se heredaba el nomen); un hombre dedicado al comercio de leña y al cuidado de las abejas, lo que nos confirma que debió de ser muy sacrificado para poder costearse una buena educación para su hijo. Se desconoce mucha información acerca de su madre, pero parece ser que su nombre era Magia Polla.
La biografía de Virgilio
Sería motivo de satisfacción que nuestra incertidumbre al respecto de la infancia de Virgilio quedase en el desconocimiento de un par de nombres; pero no es así. Nos aparece el problema de la determinación de la identidad sanguínea del poeta: ¿Qué origen tenía? Está claro que la ascendencia no determina la condición de alguien en cuanto a su valía personal, y tampoco pretendemos caer en conceptos malogrados de “razas”, si bien la respuesta a esta pregunta puede contener trazas económicas o sociales que afecten, de una manera u otra, a la vida del poeta.
Al respecto de su genealogía, y contando con las divergencias entre los investigadores, hay quien le atribuye un origen celta, también etrusco, e incluso véneto, sin olvidar los teóricos que lo colocan entre los judíos. De lo que no podemos dudar es su condición de itálico, como lo fueron otras personalidades del panorama cultural de Roma: Catulo, Cicerón y el propio Horacio.
La Galia en el Siglo I
La influencia de la sociedad de la época en el joven Virgilio es innegable. Uno de los movimientos que más marcó al poeta fue el epicureísmo, del que fue seguidor, pero a su manera. Nuestro poeta era alguien devoto de la religión, con una fuerte inquietud metafísica que acabó por unirse a una fortísima curiosidad científica plasmada en el estudio de la geografía, medicina, herboristería, etc. Virgilio veneraba a los dioses y respetaba con hondo fervor los cultos antiguos de su tierra, y así creía que la vida era un don de los celestes que ni él ni nadie debía rechazar.
Cuando llegó a Roma, se prendó de la obra de Lucrecio. El autor de De rerum natura caló al máximo en Virgilio, y de él aprendió los valores de la compasión, la preocupación por todos los problemas humanos desembocando en un altruismo un tanto extraño para la época por el creciente individualismo. Su alma se estremeció ante la belleza de la obra de Lucrecio y de ella asimiló el origen de la vida a la naturaleza, indudable portadora de la profundidad del cosmos, así como llevó consigo para el resto de su vida la fuerza del pasado, el tormento de las acciones del tiempo atrás que marcan el presente de una vida y su futuro.
¡Cuán extraña y fuerte la obra de aquel poeta Catulo! La fuerza de la pasión encerrada en la delicadeza y el tacto, que se libera en la explosión de cariño y placer una vez que el sensato queda embriagado en el fogoso jugo del amor, tan dulce como agrio, tan temido como adorado. La poesía de Catulo penetró en el corazón de Virgilio como la flecha que no templa ni mira en piedad; sería gracias a sus versos que el mantuano conocería la fuerza imperiosa del amor para luego plasmarla en su obra con tanta maestría que pareciera acción divina la conjunción de tan grato valor con tales palabras de excelencia en concesión.
De todas estas influencias, nació un Virgilio que se refugiaba en su interior, un mundo de paz y poesía, donde reinaba la dulzura, piedad y ternura. Los dolores de importancia que concebía el mantuano eran los del espíritu, no los provenientes del temor a la enfermedad o la muerte y la pobreza, sino los que enjuiciaban el interior personal y lo desprotegía. Como remedio, nos propone la contemplación basada en una voluntad inquebrantable, siempre moderada, y ayudada placenteramente por la inteligencia. A pesar de todas las penas y angustias, para él la vida es buena y apetecible.
Publio Virgilio Marón
Sin embargo, no era el placer mundano el que Virgilio buscaba, sino el que trasciende las barreras materiales y acaricia el espíritu. Nuestro poeta era un hombre tímido, de pocas palabras, que hablaba con un tono bajo abrazado a la melosidad, e inclinaba su interés al mundo interior, no a la fachada física del cuerpo y todos los placeres que ésta podía recibir del disfrute erótico.
Por tanto, hemos de deducir que la actividad sexual de Virgilio era parca, aunque existen algunas referencias a amantes, pero nada asegura la clase de deleite que estos enamorados aportarían al poeta.
Los dioses dieron a Roma un hombre sin igual, capaz de superar el muro que se alza tras la muerte e impide el paso a la infinidad de los tiempos; un poeta que cuidaba sus versos tanto como una madre atiende a su hijo; una persona bondadosa y ofrecida al respeto y fidelidad a sus principios, y consagrada al amor por sus congéneres. En definitiva, alguien que nació mortal, pero que, con el paso del tiempo y dando la historia debida cuenta de su obra, alcanzó la divinidad y una excelencia mayor que la del mismísimo soberano del Olimpo.