El 16 de junio se cumplieron treinta años del estreno de Antes del amanecer, la película escrita y dirigida por Richard Linklater, que protagonizan la francesa Julie Delpy y el estadounidense Ethan Hawke. Y que todos hemos visto.
Quién no los recuerda jóvenes y hermosos caminando por las calles de Viena, enredados en palabras que brotaban demás y cuerpos que osaban de menos. Dicen que la historia se basa en una experiencia personal del director. Dicen que todo lo que es ficción comporta un sustrato de biografía. Dicen que toda biografía no es sino autoficción.
Jesse y Céline, la magia de caminar y conversar
Nueve años después, en 2004, Linklater nos sorprendía con un reencuentro de Jesse y Céline en Antes del atardecer. A todos nos había pasado la vida en esos nuevos años. Amores, desengaños, regresos, heridas.
Y ellos dos, sin planificación posible, estaban de nuevo frente a frente. Esta vez en Paris, la ciudad en la que ella vivía. De nuevo caminan, conversan, se miran, esquivan los reclamos, inventan máscaras. También cantan y ríen y el amor.
Antes del anochecer muestra heridas abiertas y cuerpos cansados
Nueve años después del encuentro en Paris, y pasados dieciocho del encuentro en Viena, volvimos a verlos. Más grandes, como todos, con más penas y con la piel más dura, pero con el mismo anhelo de dejarse envolver por eso indefinible que los encontró la primera vez. Antes del anochecer es la última película de la trilogía. Hasta ahora.
Lo que las películas nos hacen
Las películas no sólo nos cuentan historias de otros, también ponen imágenes y palabras a sueños que albergamos como luces difusas.
Podemos mirarnos en ellas como en espejos, buscando despegarnos o alcanzar lo que nos devuelven de nosotros mismos. Y si además uno se dedica al cine, una película puede dar el marco desde el cual contar.
Es lo que le pasó al cineasta peruano Joel Calero.
Cuenta que traía una historia entre manos y al ver la segunda película de la trilogía supo que iba a contarla de esa manera: un reencuentro luego de años, una caminata, una conversación que empieza donde había quedado y que no termina ni siquiera cuando hacia el final oímos silencio. Así nació La última tarde. Al menos así nació su forma. Y también forma parte de una trilogía, que se completa con La piel más temida (2023) y Álbum de familia que se estrenará en América Latina durante la segunda mitad de 2025.
La película tuvo una gestación de nueve años –filmar en Perú es una hazaña y puede serlo aún más luego de la ley que se acaba de aprobar- y se proyectó en salas en 2016. Fui una de las que fue a verla al cine apenas estrenó. La sala estaba llena y al final la gente no paraba de aplaudir. Me sorprendió la película y me sorprendió la reacción de la gente. Y ambas sorpresas fueron para bien. En Perú el cine peruano tiene mala fama. En Perú hablar sobre el conflicto armado interno es, cuando menos, considerado de mala educación si no directamente apología del terrorismo.
Recuerdo haberle escrito unas sentidas palabras al director, a quien no conocía. Recuerdo haber evitado hablar del final, que me había parecido fuera de tono respecto del resto de la película.
¿Por qué seguimos volviendo a estas películas?
Nueve años después, el lunes 16 de junio, volví a ver La última tarde. A veces hago eso, si una película me conmueve de alguna manera, trato de preservar esa conmoción evitando volver a verla, como si algún hechizo pudiera romperse como consecuencia de la repetición. Como si tuviera miedo de lo que los años hacen en mí.
Volví a verla y volví a sufrir y compadecerme y a pensar y reírme con Ramón y Laura, en los cuerpos de los actores Lucho Cáceres y Katerina D´Onofrio. Volví a decir: ¡qué bien están los dos en esta película! Se encuentran diecinueve años después de la última vez que se vieron, para hacer un trámite: el divorcio.
Él juega el rol de apesadumbrado por el país. Ella, la va de frívola liviandad. Pero todos sabemos, no hay impostura que una conversación sincera no desarme.
Y cuando estamos por estar de acuerdo con él, con sus convicciones y su entereza, ella hace una pregunta que la revela agudísima al mismo tiempo que lo desenmascara. Y cuando estamos por comprenderla a ella, sus razones, su silencio, él pone en evidencia la miseria de los dos. No es, en ningún sentido, una película conclusiva. Y ese es uno de sus aciertos.
Nueve años después de haberla visto por primera vez creo que La última tarde es una película que habla de la juventud perdida, de las cuentas pendientes, del cinismo que todo lo corroe y de su contracara perfecta, la frivolidad indiferente. Ah, y del conflicto armado interno. Ramón y Laura, además de esposos, además de haberse querido con integridad, fueron militantes de un grupo subversivo.
Las palabras y las cosas
Ella habla de cuando “nos separamos”. Él la corrige, cuando te fuiste. Ella dice que es lo mismo. Él dice que no, que no es lo mismo. Ramón sabe que no da igual qué palabras usemos para decir qué, que las palabras no nombran el mundo, lo hacen. Por eso el director re escribió el guión junto con los actores. Por eso cada palabra es la única posible para narrar el fin estrepitoso del mundo que habían soñado Laura y Ramón.
La película habla también de los sentidos del pasado, de lo móvil que es también eso que parece estar tan lejos, tan a resguardo en los libros de historia o enterrado en las fosas comunes.
Más adelante, él le pregunta ¿por qué te fuiste? Y agrega ¿por qué así? Su tono es sereno, más se parece a un lamento que a un reclamo. No le está reprochando nada, sólo quiere entender, ponerle un nombre a su herida. Le está preguntando por la razón y por la forma. ¿Por qué forman una sola cosa? ¿Por qué son inextricables?
Trilogías que marcan generaciones
La última tarde está atravesada por las muecas y los ademanes del clasismo, del racismo y del machismo, porque abreva en los imaginarios sociales vigentes y porque en ese abrevar busca, precisamente, cuestionar. Sin embargo, se cuida de que se vean las costuras.
Es decir, no hay ninguna intención pedagógica. Al contrario, hay decisiones estéticas que sostienen una trama, que ponen técnica y recursos al servicio de la historia de amor de dos cuarentones que anhelan la juventud perdida, el soplo de inconsciencia de la juventud, la entrega sin mesura de la juventud.
Y el final, que tan descabellado me había parecido la primera vez, ahora me parece el único posible, aunque que el director siga dudando –qué regalo la duda-.
Antes del final, los dos salen del juzgado, al fin divorciados, y ella equivoca el pasillo. Él le avisa: esa puerta ya está cerrada. Justo todo lo contrario de lo que dice la película. No hay puertas cerradas. No hay puerta que no se pueda abrir, con llave o a las patadas, para invitar o para echar. No hay pasado que no pueda ser revisado, ni aunque una ley, o muchas, lo prohíban. No hay amor que no merezca ese nombre.