El pasado 1 de abril murió Val Kilmer a los 65 años. Fue una neumonía quien se lo llevó, pero el bueno de Val ya arrastraba desde tiempo atrás problemas de salud. El silencio, siempre tan callado y aterrador, le robó la voz en 2015. Un cáncer de garganta acalló sus palabras y le obligó a dejar el cine para siempre.
De Broadway a Hollywood en su biopic «Val»
Hijo de un padre adinerado que logró su fortuna en el dudoso mundo inmobiliario, Val Kilmer soñó desde pequeño con ser actor. Como si fuesen retazos de su vida, centenares de cintas grabadas por Val y sus dos hermanos durante la infancia y juventud, llegaron hasta nosotros en 2021 gracias a su documental. «Val» (2021) se puede ver ahora en Filmin. En él nos muestra sus miedos y heridas más profundas, componiendo un precioso biopic, contado desde el cariño y a través de la voz de su hijo.
Del gran Jim Morrison en «The Doors» (1991), «El Santo» o «La isla del doctor Moreau» a «Batman Forever» (1996), donde juró jamás volver a interpretar al superhéroe, y lo cumplió al rechazarlo en la siguiente entrega de la saga. «Ser Batman era un sueño, hacer de Batman una pesadilla». Actor mejor pagado en los 90′, con la misma rapidez que se dio a conocer, perdió tanto su caché como su popularidad. En «Top Gun: Maverick» (2022) fue la última vez que lo vimos en pantalla.
El bueno de Val no es como los demás
Pero antes de seguir con Val necesito sincerarme y aclarar mi posición. No suelo reaccionar muy bien frente a las necrológicas de famosos. Por norma general las evito, me suelen provocar acidez de estómago.
Y es que, no me siento cómodo hablando de unos pocos privilegiados mientras paso por alto los nombres de tantos. Me pregunto que tienen ellos de especial que no tenga cualquier anónimo. O porque les regalamos tanto tiempo cuando otros, sin nombre, mueren víctimas de nuestros intereses y solo se les recuerda como un número más.
Dicho, aclarado y tras tomarme un Almax por si acaso, reconozco que el bueno de Val no es cualquier famoso y que su adiós me afecta de manera personal. Si bien nunca fui a su mansión en Los Ángeles ni coincidimos en el grupo de whatsapp de ex-alumnos del cole, nuestra amistad siempre fue sincera. Una amistad basada en la confianza, más allá de la clásica relación de un actor y su fan.
Yo lo conocí como el bueno de Val y en aquel momento trabajaba de espía en la RDA. Desde entonces Val Kilmer pasó a ser un miembro más de mi familia.
El verano en que lo conocí
Si la memoria no me falla, creo recordar que fue durante el verano de 1992 cuando me topé por primera vez con él. En esa época del año estar a todas horas en casa de mi abuela era lo habitual. Sus puertas únicamente cerraban cuando se iba a la cama y su sala de estar era un continuo ir y venir de vecinos que, o bien compraban huevos (a eso se dedicaba mi abuela) o entraban a saludar. Fuera como fuese, siempre había compañía y todo olía a verano.
Que si Carmen la ‘carbonera’, Conchita la del ‘pastelero’ o Marisa la ‘filla del tapisser’. A todas les acompañaban sus motes y llegaban siempre a la misma hora para completar el ritual. Con sus sillas plegables bajo el brazo y una baraja en la mano pasaban las tardes a la ‘fresca’ y, reconozco que en esa época fui muy feliz. Sin colegio ni móviles ni plataformas, los niños jugábamos en la calle hasta que, un grito que rompía cristales nos llamaba para cenar.
Una de esas noches mientras esperaba el bocata, encendí la vieja ‘Telefunken’ del comedor y por casualidad lo vi. Allí estaba frente a mí, junto a una vaca que hablaba y tras una cortina de gags que elevaban el humor absurdo a la máxima potencia. Un jovencísimo Val Kilmer apareció como una estrella de rock trabajando de espía dentro de la República Democrática Alemana. Dicho así, me escucho y hasta parece algo serio. Yo tenía 9 años y acababa de descubrir otro familiar.
Cine, recuerdos y nostalgia
Su capacidad para crear recuerdos nos da una idea del poder que tiene el cine en nuestra memoria. Pensar en ‘Top Secret’ y Val Kilmer es viajar en el tiempo y retroceder al pasado. Evocar sensaciones, momentos antes y después de aquel día en la vieja casa de mi abuela. Ni el Madmartigan de «Willow», ni el Jim Morrison de «The Doors» o el hombre murciélago de «Batman Forever». Para mi el Nick Rivers de «Top secret» es aquel verano de mi infancia.
El cine construye experiencias tan diferentes como aquellos que lo viven. Experiencias ficticias unidas a reales que perduran en nosotros y se encienden con cualquier detalle. Olores al pasar por un barrio, el gusto de una sopa como la que preparaba tu madre o la textura rugosa de un balón recién estrenado.
Sensaciones. En este caso es una imagen la culpable de accionar el botón. Así el bueno de Val, para bien o para mal, desde esa noche de 1992 entró a formar parte de mi vida, al igual que antes ya lo hicieron los gremlins con sus tres reglas, E.T.E disfrazado de mujer en la despensa o los Goonies y su mapa del tesoro.
¡El cine no ha muerto!¡Qué grande es el cine! Descanse en paz Val Kilmer.
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