Crítica de Nosferatu: el terror atmosférico que define a Robert Eggers

Crítica de Nosferatu: el terror atmosférico que define a Robert Eggers

Eggers pone la guinda final al 2024 con su reinterpretación del clásico de terror erigido por Murnau hace más de un siglo. Y es que el estadounidense se abre paso por las rendijas de Hollywood permaneciendo fiel a su estilo fácilmente reconocible, lo cual es digno de alabar en una industria más preocupada por vender que por arriesgarse a mostrar algo atrevido.

Debido a este sello cinematográfico, Nosferatu era una de las cintas más esperadas del año. Después de grandes propuestas como La bruja o El faro, Eggers se postula con facilidad como uno de esos directores a tener en cuenta.

El desafío de reinterpretar un clásico

Estamos ante un proyecto profundamente ambicioso debido a la magnitud de versiones que existen en torno a las adaptaciones de Drácula de Bram Stoker.

Esta circunstancia que rodea a la cinta la hace caminar por una senda peligrosa, entre crear un producto profundamente genérico o, por el contrario, otorgar al espectador un producto capaz de desasosegar, del mismo modo que hizo Murnau en 1922.

Un terror con aristas

La razón por la que esta cinta funciona es por la mano izquierda de su director, que es capaz de administrar las dosis de terror que posee la historia que quiere contar. Esto se une a su interpretación del terror, que es eminentemente atmosférica; no se reduce a asustar, sino que ahonda en perturbar, en que el espectador, hipnotizado, entre en su mundo por medio de lo sensitivo más que por lo racional.

Y esta habilidad de Eggers eleva el filme por encima de la simpleza de su historia, ya que lo visual, la puesta en escena y la personificación del terror como un individuo más son de tal calidad que la historia y lo argumental quedan relegados a un segundo plano. No sé si achacarlo al virtuosismo de Eggers en lo técnico o a la historia en sí, pero el desequilibrio entre la narrativa argumental y visual es palmario. Profundizando en esa faceta sensitiva, la cinta consigue imágenes plagadas de experiencias opuestas, que van desde lo cautivador hasta lo desolador.

Meticulosas en fondo y forma, dotan de un magnetismo del cual es difícil desprenderse.

Buen trabajo actoral y la personificación de Nosferatu

Como ya dije, si lo visual está ampliamente por encima de lo narrativo, lo actoral se encuentra en un punto intermedio, donde Lily-Rose Depp sobresale por encima de las demás interpretaciones, siendo estas últimas correctas. Por otro lado, he de destacar la originalidad de un Nosferatu distinto, con una personalidad que he sabido apreciar por parte de Eggers, y que es interpretado por el archiconocido Bill Skarsgård, caracterizado por representar este tipo de personajes de naturaleza monstruosa, como su icónico Pennywise en It.

Una identidad propia en el cine comercial

Nosferatu puede entrar en lo mejor de lo que ha sido un gran año para el cine. Posee esa aura de película importante, transmite emociones más allá de los gritos adolescentes en las salas de cine y, sin ser ni mucho menos perfecta, consigue evidenciar la personalidad de su director, la intencionalidad de su metodología y, sobre todo, su capacidad de no perder la identidad que le ha llevado a estar donde está, siendo de los pocos afortunados en poder hacer cine comercial de autor.

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