As bestas

As bestas

Entonces entendemos a cabalidad que no se trata de una danza. Eso que estamos viendo es una lucha cuerpo a cuerpo entre bestias y humanos.

Bestiario: compendio o tratado sobre seres fabulosos en el que a cada bestia le corresponde una moraleja.

Se considera que el primer Bestiarium tuvo lugar en la Grecia del siglo II, aunque su uso se difundió en la Edad Media con la proliferación de escritos sobre seres cercanos y lejanos, domésticos y derivados de los relatos de exploradores y viajeros, con algunos toques de leyenda popular. Animales y seres de imaginarios eran leídos como elementos necesarios para la deriva del universo. Desde las bestias de carga hasta los dragones alados, de insectos minúsculos a unicornios evanescentes, cada ser tiene lugar en el pentagrama divino.

Cuando la magia fue perdiendo terreno en la organización de las vidas y los vínculos, la ciencia empezó a usurpar ese terreno con datos exactos, precisiones y probabilidades. Por suerte, nos queda la literatura, visitadora recurrente de fábulas  y animalarios. De todos los bestiarios posibles, voy a comentar dos que me dan pie para entrar a comentar la película que me trajo hasta aquí.

De tigres, uroboros y otras creaturas

En 1951, un entonces nóvel escritor argentino, Julio Cortázar, publicó su primer volumen de cuentos bajo el título de, precisamente, Bestiario. Consta de ocho cuentos, uno de los cuales lleva el nombre que le da el título al libro.

En el bestiario del cuento hay un verano, dos niños que juegan, adultos que hacen su vida y que guardan secretos, hay caracoles, hormigas, un mamboretá y un tigre. Sí, un tigre que se pasea lo más campante por la casa. Un tigre al que hay que temer pero también aceptar. Un tigre que merodea. Como el remordimiento, lo reprimido, el hueso que cada escritor persigue capturar pero que siempre se escapa. El tigre se pasea por la casa, mueve apenas la cola, apoya sus garras suaves en la alfombra, desplaza sus ciento veinte kilos de esbeltez por la sala.

Página a página la presencia del tigre, o más bien la inminencia de un ataque del tigre, la ristra de zarpazos en la espalda, la posibilidad de la sangre turgente gana espacio. Todos los movimientos de la casa se organizan en torno al tigre, a intentar evitar lo que de todas maneras va a pasar. Lo va a decir Borges en su poema El oro de los tigres, de 1972:

Hasta la hora del ocaso amarillo

cuántas veces habré mirado

al poderoso tigre de Bengala

ir y venir por el predestinado camino

Poema que incluye estos versos que, aunque escapan a lo bestial, no puedo dejar de transcribir acá, por eso de los nudos que no pueden desatarse:

Con los años fueron dejándome

los otros hermosos colores

y ahora sólo me quedan

la vaga luz, la inextricable sombra

Unos años después del Bestiario de Cortázar, en 1957, Borges (también Borges, siempre Borges), publicó junto a la escritora y bailarina Margarita Guerrero, un Manual de zoología fantástica, más tarde llamado El libro de los seres imaginarios.

En el prólogo de 1967 leemos:

El nombre de este libro justificaría la inclusión del príncipe Hamlet, del punto, de la línea, de la superficie, del hipercubo, de todas las palabras genéricas y, tal vez, de cada uno de nosotros y de la divinidad. En suma, casi del universo. Nos hemos atenido, sin embargo, a lo que inmediatamente sugiere la locución «seres imaginarios», hemos compilado un manual de los extraños entes que ha engendrado, a lo largo del tiempo y del espacio, la fantasía de los hombres.

Ya en 1942 Borges había publicado Funes el memorioso y en 1949, El Aleph. El sueño de cartografiar las criaturas nacidas de la imaginación humana ya estaba en esos cuentos. El gesto de poner en igualdad de jerarquías el lenguaje con las matemáticas y las religiones, también. El universo como un sistema de signos. La humanidad como una hacedora incansable.

En las páginas del Libro de los seres imaginarios encontramos desde seres inventados por escritores como Kafka, Poe o Lewis Carroll a protagonistas de mitos, fábulas y todo tipo de seres fantásticas. El conjunto es heteróclito y sorprendente: gatos, panteras, uroboros, valquirias, unicornios, trolls (sí, los trolls de la mitología escandinava, de los que dice: son Elfos malignos y estúpidos, que moran en las cuevas de las montañas o en deleznables chozas) y otros seres tan luminosos como perversos, tan superlativos como miserables.

Otra vez en la imaginación, que es decir en la humanidad, la vaga luz, la inextricable sombra.

Lo que parece una danza

No encuentro verso que le vaya mejor a la película del director madrileño Rodrigo Sorogoyen (1981), As bestas(2022). Con guión de Isabel Peña (Zaragoza, 1983) y del propio Sorogoyen la película narra la historia de un matrimonio francés que, en busca de una vida en armonía con la naturaleza, se instala en un pueblo rural de Galicia donde todos (que son muy pocos) se conocen. La propuesta de una empresa eólica de comprar los predios, desata el conflicto. Basada en hechos reales, la película tiene escenas memorables, un guión que juega a aumentar y liberar una tensión que de todas maneras crece y actuaciones que encarnan el guión sin resquebrajarse.

En efecto, se llevó varios premios Goya y el premio del público en el Festival de San Sebastián. Incluido el Goya a Mejor Música original para el compositor francés Olivier Arson que hizo la banda sonora de la película. Pero no es de eso de lo que quiero hablar aquí. Sólo quiero detenerme en los primeros minutos.

Primeros minutos en los que vemos a hombres danzar con caballos. O eso parece. Hay una cámara lenta. Hay primeros planos. Hay caballos negros, marrones, blancos. Caballos que trotan en redondo. Hombres dispersos por aquí y por allá. Observan, esperan, entran a la danza. O eso parece.

Mientras, escuchamos un ensamble de cuerdas, cuerdas un poco desquiciadas, a las que se suma una percusión. Golpes secos, puede ser un galope, herraduras chocando contra la tierra, o una estampida, una huida. Puede ser un ejército de tártaros asomando en la línea del horizonte, más allá de la trinchera. Es una música sucia, rota, que mancha. Todos instrumentos que se tocan con las manos. Entonces entendemos a cabalidad que no se trata de una danza. Eso que estamos viendo es una lucha cuerpo a cuerpo entre bestias y humanos. Metáfora de todas las luchas que se van a escenificar en las dos horas y dicecisite minutos que dura la película. Partícula mínima a la que puede reducirse una época.

El plano se va cerrando. Ahora ya son sólo dos hombres y un caballo. Hay traspiración, brazos que se cierran sobre un cuello largo y ancho, piernas que engarzan el lomo lustroso del animal. Los compases marcan un pulso de muerte. Esos dos hombres quieren apagar al animal. Acabamos de entenderlo. ¿Por qué? ¿Qué buscan acallar en esa bestia? ¿Qué vaho, qué temblor? Sabemos, además, que van a lograrlo, no hay duda.

Este es el prólogo de esta película inquietante en la que la cámara se posa sobre otra de las bestias imaginarias que ha dado la humanidad: la noción del otro, el extranjero, el raro. Una película en la que el prisma de los binarismos -humano o bestia; civilización o barbarie; adentro o afuera; natura o nurtura- queda chueco, miope, no deja ver lo que en realidad es, lo uno que porta lo otro, el revés, la resistencia que genera toda imposición. Este es el prólogo de una película incómoda que hay que ver. Porque la vaga luz, la inextricable sombra.