Las señoritas de Llangollen: amistad y amor lésbico bajo la protección monárquica

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   Continuando con la serie de artículos curiosos en conmemoración al próximo día del Orgullo Gay, hoy os relatamos la historia de Eleanor Butler y Sarah Ponsonby, conocidas como las Señoritas de Llangollen y de cómo consiguieron una pensión vitaliza otorgada por nada menos que el rey Jorge III gracias a su relación homosexual.

    Nuestra historia comienza en el Condado de Kilkenny, Irlanda, 1768. Eleanor Butler, hija del conde de Ormond, procedía de una familia irlandesa católica que habitaba en el castillo de Kilkenny. Había ido educada en un convento en Francia, lugar al que su madre intentaba enviarla de forma definitiva a medida que iba cumpliendo años y veía que Eleanor todavía seguía soltera tras haber rechazado numerosas ofertas de matrimonio. Por otra parte, tenemos a Sarah Ponsoby que, si bien no pertenecía a la nobleza, estaba emparentada con el duque de Bessborough. Sarah era huérfana pero había sido acogida por una familia muy pudiente. Vivía a pocos kilómetros de Eleanor pero, a diferencia de ésta, no tenía pretendientes ya que su padrastro estaba a la espera de que su primera esposa muriese para tomar en matrimonio a la joven Ponsoby.

   Sarah y Eleanor se conocen en 1768, cuando contaban con trece y veintinueve años respectivamente. A pesar de la gran diferencia de edad, en el transcurso de diez años se hicieron amigas íntimas. Como hablamos en el anterior artículo, la estrecha amistad entre mujeres era muy normal en los siglos XVIII y XIX, de forma que las manifestaciones románticas y casi sexuales eran aceptadas en la sociedad siempre y cuándo éstas fuesen puras y virtuosas. No obstante, la relación de Eleanor y Sarah va más allá y surge, un día, a decisión de fugarse juntas al campo. Vestidas de hombre, huyeron en abril de 1778 y, si bien sus familias consiguieron convencerlas de su regreso (tras muchos inconvenientes a la hora de escaparse, como barcos que no zarpaban a la hora conveniente o unas fuertes fiebres), volvieron a huir por segunda vez tras haber estado separadas por orden de sus familias.

   Sorprendentemente, sus familias no dieron más importancia al asunto ya que se trataba de dos mujeres que se habían fugado juntas, sin hombres de por medio. Comienzó entonces su dura historia de amor en común ya que, en aquella época, las mujeres no tenían permitido trabajar y no encontraban una manera de ganar dinero y mantenerse. Cuando finalmente consiguieron que sus familias les enviasen una pequeña paga, se instalaron en una pequeña casa de Gales con su sirvienta, conocida como Molly la Matona, antigua doncella de Sarah.

   Tras un par de años de vida en común, su caso comenzó a ser conocido, siendo visitadas por ilustres personajes como Lord Byron o Walter Scott. De hecho, la pareja era concebida por algunos de sus contemporáneos como la expresión máxima de la pureza y la virtud, sin sospechar que, en realidad, Sarah y Eleonor vivían en pareja (de hecho, hasta poseían una cristalería con sus iniciales grabadas, al igual que otros matrimonios de la época). Su historia llegó incluso a la mismísima reina Carlota de Mecklemburgo-Strelitz, que quiso ver su casa y persuadió al rey Jorge III para que les otorgase una pensión.

   Finalmente sus familias aceptaron su estilo de vida. Sarah y Eleanor convivieron durante más de cincuenta años: Eleanor falleció en 1829, Sarah lo haría dos años después. Fueron enterradas y recordadas con un memorial de piedra de tres caras, con tres epitafios: uno para Eleanor, otro para Sarah y el tercero para Molly la Matona.

Escrito por Julie de Lespinasse


Fuente: Cristina Domenech / @firecrackerx

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