La ternura que las nombra

La ternura que las nombra

Tengo los mejores amigos de la tierra y los quiero de corazón, con toda mi mala memoria: ellos sufren las angustias y las revelaciones de esta época torva que nos toca vivir. Paco Urondo

El 20 de julio se celebra en Argentina el Día del amigo. De la amistad, de la Philia, según Aristóteles, una de las virtudes más importantes para la vida ética. En el libro VIII de Ética a Nicómaco, dice:

“…la amistad, o es virtud, o está acompañada de virtud. A más desto, es una cosa para la vida en todas maneras necesaria, porque ninguno hay que sin amigos holgase de vivir, aunque todos los demás bienes tuviese en abundancia.”

El amor filial es el de hermanos y hermanas. Por eso, si tenemos suerte, o si cultivamos el jardín del amor filial, las amigas son hermanas. Y las hermanas, amigas.

La idea de que nadie elegiría vivir sin amigos es una idea que retoma el Nuevo Testamento. Aunque hablara todas las lenguas, aunque tuviera el don de profecía, aunque me desprendiera de todo lo que tengo, si no tengo amor, nada soy, dice Pablo en la primera carta a los Corintios. Es la epístola que suele leerse en los matrimonios, pero sabemos que la amistad es una de las formas del amor.

Dejando de lado el costado comercial de un día instaurado como obligatorio en el calendario de venta de productos, cada vez que llega el 20 de julio me digo lo dichosa que soy de tener las amigas que tengo. ¿Cómo fue que, una a una, fueron apareciendo en mi camino? ¿Cómo es que, aún a la distancia, encontramos maneras de seguir andando juntas?

Quedate conmigo

En el verano que separa el fin de la escuela primaria del inicio de la secundaria, una de las grandes escisiones de la vida, ví la película “Cuenta conmigo” (Stand by me), del director Rob Reiner. Habíamos ido al cine con una amiga, casi con seguridad la primera ida al cine sin padres.

Al final de la película, la voz en off del narrador, uno de los cuatro amigos protagonistas, devenido escritor,  declara: Nunca tuve amigos como los de los trece años. ¡Era mi edad! Desée y temí con la misma intensidad que a mí me pasara lo mismo.

Empezar la secundaria en otro colegio, donde no conocía a nadie me aterraba. Creía que estaba perdiendo algo en ese paso. En esa sala de cine creí que no iba a encontrar amigas como las que tenía entonces. Recuerdo el dolor de vidrio en la garganta. Después entendí, no eran las amigas de entonces lo que la película me estaba diciendo de crucial; era la amistad, el don y la conquista de la amistad. Yo no podía saber entonces lo que eso significaba, pero supe de su centralidad.

El título de la película, traducido como “Cuenta conmigo” en América del Sur puede ser dicho también como “Quedate conmigo”. Un pedido hecho desde la fragilidad de admitir que la otra persona me es necesaria, me puede hacer bien, me puede cuidar. No tendré miedo, no lloraré, si te quedas conmigo, canta Ben E. King.

Los mejores amigos de la tierra

El poema La amistad, lo mejor de la poesía, del poeta argentino Paco Urondo, comienza así:

Tengo los mejores amigos de la tierra y
los quiero de corazón, con toda mi mala memoria: ellos
sufren las angustias y las revelaciones
de esta época torva que nos toca vivir.

En este inicio hay desmesura -¿qué sería de una amistad con mesura?- y hay una comprensión lúcida de lo que la época hace a las subjetividades. Es un hombre de los setenta en Argentina. Lo torvo de su época es distinto de lo agónico de la nuestra, pero, en medio de angustias, este poeta elige lo que Bordelois llama, las pasiones claras: la alegría, la felicidad, la esperanza. Por eso habla de revelaciones. Por eso pone una al lado de la otra a la poesía y la amistad. Por eso puso el cuerpo y la vida para cambiar el mundo.

A veces, cuando nos sentamos
a charlar y a tomar un poco de vino, se terminan
por un rato las catástrofes

(…)

Es gente de lo mejor que hay por allí y todo el mundo
debería ofrecer años de vida por conocer a Juan o a Noé o a cualquiera
de ellos: volcados
ciertamente sobre la vida, respirando
este aire que enriquecen

Juan, Noé, los nombres de las amigas, de los amigos, esos nombres cuya grafía trae júbilo. Respirando este aire que enriquecen. ¿Qué mejor halago podría una decirle a las amigas?

Livianamente hermanos del destino

Otro amigo de las amistades fue Cortázar. En su poema Los amigos, esculpe una oda leve y sentida a los amigos que están y a los que ya no están -Urondo también menciona a los que han muerto-.  Un poema en presente que a su vez tiene un núcleo en la nostalgia.

Livianamente hermanos del destino,

dióscuros, sombras pálidas, me espantan

las moscas de los hábitos, me aguantan

que siga a flote en tanto remolino.

El último verso se detiene en esta antigua ternura que los nombra.

Vuelve el nombrar a los amigos. Vuelve la idea de un amor antiguo que atraviesa décadas y continentes. La idea de destino como la cifra que explica lo inexplicable: que dos personas hagan amistad, sean amigas, estén en la amistad.

Como quien cuida un jardín, quien espera con paciencia ciclos y estaciones, quien recoge con gozo los frutos, cuando los hay, quien hace silencio ante lo que sólo puede decirse con un abrazo y en silencio.

Porque la amistad, además de júbilo y alegría es la que anda codo con codo cuando la época torva, cuando las fatalidades de la vida y la muerte, cuando lo hórrido de la enfermedad. Y en esos momentos, la amistad exige un tallarse, un sacar de sí lo que no sabíamos que nos habitaba. La amistad exige valentía.

Pinceladas

Que no son todas, ni muchas. Las más a la mano tal vez, las recientes en este reencuentro del cuerpo a cuerpo con amigas.

Hace poco una de ellas puso Camins en la versión de Amaral en el auto, me miró y me dijo: Esta es la canción que inaugura mi vida. No conocía la canción, pero sí su vida y las decisiones que fue tomando. Ahora leo la letra y entiendo. Camins habla de dejar todo atrás, del corazón encendido por el mundo, de las tormentas y el sol y el desierto. De volver a empezar.

Este verano otra amiga hizo 55 km en auto para buscarme y llevarme a otros 87 km, a un lugar en el que ella no se iba a quedar. La única condición fue que durante el trayecto le cebara mate. La conversación que tuvimos en el trayecto, fue tomando la forma de la carretera, con sus rulos, sus desvíos, sus detenimientos, sus kilómetros de acelerador a fondo.

Y así. Las amigas. Las hermanas. La vida.

Las que conocen tus caídas, tus resbaladas, tus empecinamientos. Las únicas que te pueden decir eso que te va a doler. Y agradecer que te lo digan. Las que pueden darse la vuelta para llorar con vos, por vos, al lado tuyo, sin palabras, sólo en un abrazo. Las que te pueden confrontar, advertir, felicitar, admirar.

Y así. Las amigas. Las hermanas. La vida. Las que siguen viendo en vos el mismo brillo en los ojos de los veinte y de los treinta, aunque esas edades ya empiecen a ser hace mucho tiempo.