Premoniciones literarias

Premoniciones literarias

Nunca sabremos de qué materia está hecha la literatura ni cuáles son los vasos comunicantes que, a la manera de los hongos que entrelazan sus raíces por debajo de la corteza terrestre, unen -y separan- vida y sueño, imaginación y clarividencia.

Hay quienes dicen que la literatura permite proponer sentidos allí donde no habría más que casualidades y arbitrariedades, dos maneras de nombrar el azar y el caos de la vida. Desde esta perspectiva, los cuentos, las novelas, los poemas vendrían a poner en palabras tanto las catacumbas de lo social como las alturas de lo imaginario. Ríos de tinta que narran o subliman ríos de sangre. Páginas que anudan belleza y muerte, luz y miseria.

Así vista, la literatura expresa, contiene, redime y significa procesos sociales y acontecimientos biográficos. En ocasiones, si la roza el fuego sagrado, crea universos y lenguas. A mí me gusta pensarla como una bestia que todo lo sabe y lo contiene todo, incluso el futuro.

De vez en cuando, alguien sintoniza la frecuencia precisa y oficia de canal de comunicación. Ese alguien, un escritor, una escritora cierra la ventana y la puerta de la habitación en la que escribe, le gusta hacerlo en silencio, entorna apenas la cortina para que entre luz suficiente pero sin que le hiera los ojos, abre sobre el escritorio de madera el cuaderno en el que toma notas. Puede estar horas ahí en la silla. ¿Qué escribe? Aún no lo sabe, pero está escribiendo el futuro.

Es lo que hicieron, entre muchos otros, José Donoso, Elena Garro y Javier Heraud, entre otros escritores que presagiaron destinos.

1963

De Javier Heraud ya hemos hablado aquí: el poeta peruano que halló la muerte en el seno de su incursión en la izquierda armada. Era el año 1963, tenía veintiún años. 15 de mayo de 1963 para ser más exactos. El día anterior, había sido apresado por el Ejército junto con otros compañeros militantes del Ejército de Liberación Nacional. Algunos lograron escaparse internándose en la selva. Javier estaba entre ellos. La ráfaga de la muerte salió de una ametralladora de la policía y lo encontró navegando el río Madre de Dios. Tres años antes había publicado este poema:

Yo no me río de la muerte

Yo nunca me río
de la muerte.
Simplemente
sucede que
no tengo
miedo
de
morir
entre
pájaros y árboles.

Tenía dieciocho años cuando habló de la muerte, de una muerte entre pájaros y árboles.

1968

El año 1968 es la condensación de un mundo que estaba a punto de derrumbarse, pero que en ese presente estaba en plena ebullición y parecía que iba a ser joven para siempre. En arte, en política, en tecnología, en cruces y combinatorias, en el centro y en las periferias, 1968 dejó su estela.

Si al evocar ese año en Europa el evento que aparece en automático es el Mayo francés, en América Latina es la matanza de Tlatelolco. El 2 de octubre de 1968, diez días antes del inicio de las Olimpíadas en el país, la policía de México reprimió con brutalidad una manifestación de estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas, en la capital. Hubo entre 20 y 200 muertos. La matanza marcó un parteaguas en la historia del país. Y en la vida de la escritora Elena Garro quien fue acusada de instigadora de las manifestaciones por el gobierno y de traidora por la intelectualidad mexicana. Vivió el resto de su vida en el ostracismo. Ya estaba divorciada de Octavio Paz.

Quince años antes Garro había escrito Los recuerdos del porvenir. Novela publicada recién en 1963 -diez años después de haber sido escrita- que se adelanta al boom y que es narrada desde la voz de Ixtepec, lugar mítico mexicano en el que se desarrolla la trama, voz de un pueblo, incluidos sus silencios. En sus páginas Garro experimenta con el desdoblamiento del narrador apelando a diferentes voces.

Al inicio leemos: Sólo mi memoria sabe lo que encierra. Allí se habla de una plaza, de piedras, de muerte, de vidas secuestradas. De cuerpos que son y no son cadáveres. Alguien dice ¿Te acuerdas del tiempo en que no teníamos miedo? Se habla allí de un fatídico 5 de octubre, el día que se ejecutan las sentencias de muerte en la novela. El 5 de octubre de 1968 Elena Garro fue acusada de ser una de las instigadoras del movimiento estudiantil, que venía gestándose hacía meses. La magia de las cifras, había escrito en Los recuerdos del Porvenir. ¿Cómo hizo para escribir sobre una matanza en una plaza de piedras, el evento que transformaría a México y que mancharía de sangre al movimiento estudiantil del mítico 68? ¿Por qué fechó un 5 de octubre uno de los hitos de la novela, siendo el día que años más tarde le cambiaría la vida?

Conocí esta historia gracias al trabajo minucioso de Javier Peña López, el escritor gallego detrás del podcast Grandes infelices. Fruto de su libro Tinta Invisible que escribió luego de la muerte de su padre, cada episodio narra la vida desdichada de un escritor o escritora. Hay tantos y tan infelices, el alma humana en crudo. Aún si la vida no explica la obra, aún si los límites entre biografía y ficción son siempre difusos, es difícil negarse a conocer eventos de las vidas de los escritores que leemos. Aún prevenida contra lo que el sociólogo francés Pierre Bourdieu llama la ilusión biográfica, esa tendencia a mirar hacia atrás y creer ver señales que trazan un único camino, el de la vida que el sujeto ha llevado, me zambullo en cada episodio con devoción.

1993

Un día de abril de 1993, el chileno José Donoso, autor de El obsceno pájaro de la noche, El lugar sin límites, Coronación, El jardín de al lado -entre muchas otros cuentos y novelas- anotó en su diario: una mujer se suicida tras leer los diarios de su padre y conocer sus secretos. 

José Donoso llevó un diario personal durante cuarenta y cinco años. En vida, los vendió a las Universidades de Iowa y de Princenton en Estados Unidos, con la condición de que fueran abiertos al público diez años después de su muerte. Donoso murió en 1996. Desde 2006 no fueron pocas las personas que se interesaron por el riquísimo material, en el que, de acuerdo a sus propias palabras, vive “el verdadero José Donoso, el que no cupo en las novelas, el que no recogieron los artículos y entrevistas”.

Una de las que se vio mano a mano con los diarios, fue su hija, Pilar Donoso. De ese encuentro de la hija con los diarios del padre nació su única publicación: Correr el tupido velo (2009, Alfaguara).Cuando supe que existía un libro con ese título me obsesioné. Correr el tupido velo es una declaración de guerra y una invitación a labrar un campo estéril. Es un título pesado, que remite a una memoria difícil, que invita a acomodarse en la butaca para ver una obra de teatro en definitiva. No quería perdérmela pero era difícil encontrarlo. No estaba en librerías y los pocos ejemplares que circulaban en la web tenían precios siderales. Mientras, no quise leer nada sobre el libro ni sobre la autora. Lo esperé. Hasta que logré tenerlo en mis manos.

Confieso que no pude leer muchas páginas. No me abandonaba la sensación de estar metiendo las narices donde no me llamaban, de estar frente a una intimidad que no me correspondía presenciar.  Como si al leer vulnerara al mismo tiempo al padre y a la hija, el escritor y a la escritora. Como si la literatura estuviera en otra parte.

Una vez con el libro en la mano no tardé en buscar datos. En efecto, después de escribir y publicar el libro, Pilar Donoso ejecutó la sentencia que el padre había escrito como idea de novela dieciocho años antes. ¿Hizo que la idea se transformara en profecía? ¿El padre fue visitado por una premonición aquel día de abril de 1993?

Nunca sabremos de qué materia está hecha la literatura ni cuáles son los vasos comunicantes que, a la manera de los hongos que entrelazan sus raíces por debajo de la corteza terrestre, unen -y separan- vida y sueño, imaginación y clarividencia.