Watanabe, confluencia de tantos desvelos

Watanabe, confluencia de tantos desvelos

El teatro tiene eso, la comunión, el estar ahí, lo que se va para no volver, lo que no puede quedar fijado ni ser capturado pero que sin embargo tiene la fuerza de desmoronar certezas, de arar jardines.

De pie, iluminado apenas por una luz suave, amarilla, en la boca del actor, las palabras del poeta. Está al borde del escenario, en la orilla. Frente al público, frente al mar. Un mar verde amarronado, con repliegues blancos y arrugados.

No hay cómo distinguir el fin del agua y el inicio del cielo. El horizonte no es más que una hipótesis.

a veces sueño que me expando

y ondulo como una llanura, sereno y sin miedo, y más grande

que los grandes. Yo soy entonces

toda la arena, todo el vasto fondo marino.

Fragmento de El lenguado, de J. Watanabe

Es la primera escena de Watanabe, todo el vasto fondo marino, una obra escrita y dirigida por el dramaturgo peruano K´intu Galiano, a quien le agradezco el tiempo de la conversación, y puesta en escena en la casa Yuyachkani en febrero de este año.

La obra narra algunos episodios de la vida del poeta peruano José Watanabe (1945-2007). Eso en la superficie. Si hubiera que decirle a alguien de qué se trata. Pero eso es una excusa. Para hacer teatro y para intentar capturar algo del orden de lo sagrado.

Pero hoy estamos aquí saludables escuchando el murmullo

de la mar que es el morir.

Fragmento de Poema trágico con dudosos logros cómicos, de J. Watanabe

La puesta

En escena, dos actores -Renato Rueda y Carlos Mesta- y dos actrices -Teresa Ralli y Diana Chávez-. Dos jóvenes, dos adultos (qué querrá decir esa palabra). Cuatro cuerpos. Más de una decena de personajes, que no salen en ningún momento del escenario.

Tampoco entran porque cuando se enciende la primera luz -no hay telón- ya están ahí, esperando para recibirnos, como anfitriones dedicados y atentos con sus invitados. K´intu Galiano va a puntualizar que no son personajes a la usanza tradicional, no atraviesan un conflicto ni una transformación, aunque como espectadores reconozcamos a la madre, al padre, a la hermana, a algunos de sus amores, a los médicos que lo atendieron en un hospital de Alemania -en la primera aparición del cáncer-  o en el Instituto de Enfermedades Neoplásicas, donde murió en 2007.

Galiano prefiere hablar de presencias múltiples, con modulaciones diversas, algunas sutiles, otras intensas, de la cantidad de energía que despliegan en escena. Como público, somos testigos de las ondas expansivas que esa energía trae. Hermanos muertos, divorcios, cigarros, palabras que se pierden entre el pecho y la garganta, piedras, ranas, lenguados y todo el vasto fondo marino en escena.

Las insistencias, los haikus, la hosquedad de la madre, la poesía, ese desvelo

Si me atrevo y abro la ventana

puede suceder:

el cielo gris con su golondrina completamente natural

o dos amantes sobre el mismo cielo anunciando el verano.

Fragmento de Chagall, de J. Watanabe

Cuatro cuerpos entregados a la alquimia del teatro para que unos cien más dejen por una hora y media los celulares y se adentren en el terreno siempre movedizo de la poesía. Sí, la apuesta es por un teatro que roza los bordes de la poesía.

La obra nace de la admiración por la poesía de Watanabe, una conjunción única de raíces andinas, japonesas y criollas. El asidero dramático de la obra es, nos cuenta Galiano, la lucha de un hombre por trascender un miedo nuclear a la muerte. El antagonista es su propio aferrarse a la vida.

¿Cómo escribir sobre Watanabe si todo es importante? Parecía una tarea dantesca, imposible. Sin embargo Galiano fue encontrando puntos en los que anclarse para delimitar un territorio dramático. Para eso hasta tuvo que dejar de lado cosas bellas, como El guardián del hielo y sus versos sobre la fugacidad de lo primordial.

Ama rápido, me dijo el sol.
y así aprendí, en su ardiente y perverso reino,
a cumplir con la vida:
Yo soy el guardián del hielo.

Fragmento de El guardián del hielo, de J. Watanabe

Tampoco aparecen en la obra los versos que narran el regalo del padre japonés a la madre peruana:  

Yo recuerdo: él le regaló un kimono
y ella lloró en silencio
porque una gracia así
no concordaba
con su amor tan austero

Fragmento de El kimono, de J. Watanabe

Hubiera sido imposible. E innecesario. Su poesía, toda su poesía, está al alcance de quien quiera leerla. El teatro es de otro orden. Un piedrazo en el espejo dice Pompeyo Audivert. Una apuesta por desmantelar las ilusiones de todos los días, dice K´intu Galiano. No se conocen, pero los dos parecen hablar el mismo idioma.

Todas las genealogías conducen al poema

La obra buscó asir ciertos enclaves poéticos. Para ello, hubo de traer elementos tangibles, que permitieran demarcar un territorio y que fueran el contrapunto material del tono poético. Las lluvias de Laredo, por ejemplo. Los hospitales. Los partos de la esposa, la llegada de las hijas.

El montaje, la música, el vestuario y la iluminación estuvieron al servicio de traducir y albergar el matrimonio entre Japón, los andes y la costa del Perú. Tres universos de cuyo encuentro nació la poética de Watanabe.

Mi padre vino desde tan lejos

cruzó los mares,

                caminó

               y se inventó caminos,

hasta terminar dejándome sólo estas manos

y enterrando las suyas

                          como dos tiernísimas frutas ya apagadas

Fragmento de Las manos, de J. Watanabe

De la madre, dirá:

La bombilla de luz coincide con tu cabeza dormida
y te aureola: comenzamos a quererte
                                                con cierta piedad,
pero tus ojos
tus ojos se abren rápidos como avisados, y revive en ellos
un animal de ternura demasiado severa.

Fragmento de Mamá cumple 75 años, de J. Watanabe

Un montaje austero, retenido: algunas telas, una jarra de agua, una batea, una silla. Adivinamos que las telas son rústicas y a la vez ligeras, pero no suaves, ni sedosas, brillantes tampoco, no. Telas color hueso, color arcilla, color atardecer que los actores y actrices van a desplegar y envolver en escena al ritmo de las palabras y la marea; provocando las palabras y la marea. Una luz poca, amarillenta, nunca de frente, nunca blanca. Una música instrumental que adviene en ocasiones, un poco oriental, un poco andina, un poco danzante.

La puesta merodea la relación entre un padre y un hijo. K´intu Galiano fue padre dos semanas antes del estreno. Su propio padre había muerto, de manera intempestiva, en pandemia. El arte como un sistema de grafos que se atraen indefectiblemente.

La producción general de la obra es de Plano sutil, asociación cultural de teatro y psicodrama creada por K´intu Galiano y Vania Accinelli. Por el momento no se encuentra en cartel. Ojalá pronto vuelva con su mar. A fines de abril estrenan Mi madre se comió mi corazón, dirigida por K´intu y actuada por Vania.

Iluminado apenas por una luz suave, amarilla, en la boca del actor, las palabras del poeta. Está al borde del escenario, en la orilla. Los dedos deformados por la edad se aferran al suelo como raíces. Las palabras fluyen en aguas claras. El teatro tiene eso, la comunión, el estar ahí, lo que se va para no volver, lo que no puede quedar fijado ni ser capturado pero que sin embargo tiene la fuerza de desmoronar certezas, de arar jardines.

A veces sueño que me expando

y ondulo como una llanura, sereno y sin miedo, y más grande

que los grandes. Yo soy entonces

toda la arena, todo el vasto fondo marino.