Un día como hoy, un 16 de enero de 2025, muere David Lynch, uno de esos grandes cineastas que han regalado a la sociedad una forma propia de ver el cine y el mundo, un prisma personal que no trata de complacer, sino de retumbar más allá de su duración: David Lynch.
Quizá Lynch ha tenido momentos de cierto paroxismo que he llegado a criticar, pero también ha dado a luz genialidades como la que quiero volver a reseñar hoy debido a su muerte.
Una anomalía sublime
En 1999, el estadounidense creó lo que, para mí, es su mejor trabajo y una de las obras más perfectas que he tenido el placer de presenciar. Una historia verdadera es una anomalía en su filmografía.
Un director tan encasillado en la exploración surrealista del individuo decide adentrarse en lo que es una oda a la sencillez, a lo genuinamente humano, convirtiendo su obra en un clásico atemporal.
Un viaje hacia lo humano
La cinta se basa en la historia real de Alvin Straight, un anciano algo testarudo que se embarca en un viaje de cientos de kilómetros en un cortacésped. Una premisa que deja de lado cualquier atisbo de la oscuridad propia del cine de Lynch, pero sin excluir su profundidad, una mirada a una sensibilidad como director que no se había visto antes.
Cada fotograma que Lynch escoge refuerza la idea de que esta obra es un poema visual, una epístola a los paisajes estadounidenses, una búsqueda de la belleza en un entorno rural que resuena todavía en cada rincón de mi psique.
Lynch es el verdadero protagonista
Richard Farnsworth realiza su mejor actuación; logra que empatices con ese dilema inherente que propone la vejez, con la sensación de un arrepentimiento sobrevenido por un contexto vital cercano a la muerte que resulta en una necesidad de redención. La obra no juzga, simplemente pone la cámara donde debe y deja que todo fluya.
Por esto último, también se da un tratamiento perfecto no solo de la historia o de las imágenes, sino también del tiempo.
Lynch adopta una actitud que llama a la calma, deja que las escenas respiren, que los silencios tengan más valor que los diálogos, y que el espectador se sienta cómodo en un estado de contemplación hipnótico. No existen las prisas, solo lo verdadero, dando lugar a una grandeza inesperada en lo cotidiano.
La humanidad de David Lynch
Su muerte deja un vacío trascendental en el mundo del cine, una disciplina que consiguió moldear a su antojo con su excéntrica visión del arte. Pero Una historia verdadera trasciende su pérdida. Es una cinta que demuestra que su legado va más allá de lo extraño o inquietante, mostrando también su capacidad para ser tan sencillo como humano.
Quien no haya visto esta obra, que corra a ello; es un regalo impagable, una película que perdurará en la memoria del cine.