Unamuno y el ajedrez

Unamuno y el ajedrez

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Unamuno con el ajedrez tenía una relación de amor-odio. Y es que el que fue durante muchos años rector de la USAL tuvo varias aficiones aparte de las letras. El ajedrez y la papiroflexia (cocotologia, como él lo llamaba) son las dos principales. Ambas vicios. Ambas virtudes. Ambas pasiones. Ambas obsesiones.

El ajedrez estuvo presente en la vida de don Miguel y el tiempo ha decidido que lo esté tambien en la muerte. En Salamanca se celebra un torneo llamado  “Torneo de Ajedrez Pablo de Unamuno”, en honor a su hijo, arganizado por el Ateneo de la ciudad. Ademas un tataranieto del escritor es maestro internacional de ajedrez con diecisiete años, campeón sub14 y sub16 de Europa y España, respectivamente.

En 1910 el presidente del Club Argentino de Ajedrez le escribe una carta al director del Colegio Nacional de Buenos Aires pidiéndole la introducción del ajedrez en los colegios. Esta carta, publicada en una revista especializada de ajedrez, cae en manos de Unamuno y es entonces, interesado por este asunto, que decide intervenir escribiendo un artículo  titulado Sobre el ajedrez, donde nos ofrece una visión no muy positiva sobre los posibles beneficios del ajedrez en los niños.

«Yo, que fui hasta maniático del ajedrez en mi juventud, no veo las relaciones entre el juego del ajedrez y la pedagogía»

«El ajedrez es demasiado para juego, demasiado poco para ocupación intelectual»

Pero muchas veces conocemos las opiniones de otros por referencias. Eso le pasa mucho a los escritores y los filósofos, de los que hemos leído poco o nada, pero de los que se comentan citas sin saber de donde vienen. Y ocurre que nos acercamos a las fuentes originales y nos llevamos sorpresas. Justo esto sucede con Unamuno y el ajedrez (en su caso es curioso que suceda esto mismo con todo, no solo con el ajedrez). Sólo una verdad a medias transmitida de boca a boca.
De él se citan apenas dos o tres frases contundentes sobre el juego, aparentemente demoledoras. También se le ha acusado de criticar la conveniencia de introducir el juego en las aulas como asignatura, en una agria polémica que se desató en Buenos Aires a raíz de la publicación de sus escritos. O de poner en cuestión las virtudes socializadoras del juego.
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Si simplificamos la filosofía a frases se puede decir que el intelectual vasco sentía desprecio hacia el ajedrez. Sin embargo, la verdadera consideración de Unamuno hacia el ajedrez era mucho más compleja, e incluso contradictoria, como tantos otros aspectos de su filosofía, que es sustancialmente paradójica. Quiero dejar claro que don Miguel era ajedrecista, lo fue siempre. Al igual que lo fueron sus hijos.
Lo que venía a criticar Unamuno en su artículo  y en sus textos posteriores no es que se juegue al ajedrez, sino su abuso: él mismo había jugado en sus años de juventud universitaria a diario “hasta viciarse”. Dijo una vez que había domingos que podía jugar hasta diez horas. ¡10 horas en un sólo día!. Hasta que logró, con fuerza de voluntad, controlarse. En ese artículo no recomienda dejar de jugar, sino hacerlo con mesura. Señala que ya sólo juega dos o tres partidas al mes… Pero en 1916, al relatar su estancia en casa de un amigo en Mallorca, admite que “ha vuelto a practicar el juego de ajedrez, que había dejado”.
«El ajedrez procura una suerte de inteligencia que sirve únicamente para jugar al ajedrez»
Y respecto a la inteligencia, Unamuno no afirma que los ajedrecistas no sean inteligentes, sino que ha conocido algunos (supongo que muchos) que no lo son. Por lo que jugar al ajedrez no es una evidencia de que desarrolle virtudes intelectuales. Evidentemente, habría que definir primero qué entendemos por inteligencia. Es conocido el caso de jugadores como Fischer que teniendo un cociente intelectual como el de Einstein sólo aplicaron su inteligencia al propio ajedrez, haciendo verdad la frase de Unamuno.
El ajedrez en las escuelas: un tema de debate que lleva más de un siglo dando de hablar. En aquel momento la cuestión estaba empezando a plantearse.
«Yo, en mis mocedades, había caído bajo la seducción de la mansa e inofensiva locura del ajedrecismo y cómo, durante mis años de carrera, en Madrid, hubo domingo en que invertí lo menos diez horas en jugar al ajedrez. Este juego, en efecto, llegó a constituir para mí un vicio, un verdadero vicio. Pero como soy, gracias a Dios, hombre de recia voluntad, conseguí dominarlo. Y hoy no lo juego sino de higos a brevas, o sea de año a San Juan, y las pocas, poquísimas veces en que lo juego, no paso de un par de partidas, o a lo sumo tres. Se me pasan meses sin tomar un alfil a mano. Y es que tengo siempre presente aquel aforismo de que el ajedrez para juego es demasiado y para estudio demasiado poco . Y eso que llegué a jugarlo bastante bien.»
Los argumentos escritosde Unamuno en contra del ajedrez son muy débiles, incomprensibles en alguien de su talla intelectual. Son sólo explicables por su empeño en huir de una pasión que nunca logró abandonar del todo. Unamuno cita a Edgar Allan Poe, cuyo desconocimiento del ajedrez debía de ser muy grande, ya que afirma que sólo enseña a calcular y no a analizar, y atribuye mayor valor pedagógico a las damas. El filósofo sabía de sobra que ambas cosas son rotundamente falsas, pero se agarra a ellas y las amplía, añadiendo que un juego de naipes, el tresillo, es más útil que el ajedrez para el intelecto porque al depender del azar enseña a leer en los ojos del rival.
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Por último, y para no alargarme más, los libros. Unamuno habló del ajedrez en su novela (nivola) Niebla. Hay un momento en el que el protagonista juega al ajedrez y ahí se pone a analizar el juego y relacionarlo con una posible filosofía de vida. Y otro libro dedicado al ajedrez es Don Sandalio, un jugador de ajedrez. Este pequeño relato publicado en la década de los 30′ junto a San Manuel Bueno, Mártir gira en torno a la incomunicación humana y los sucedáneos inventados para disimularla. He leido la historia de Don Sandalio tres veces. Y muy seguramente lo haga una cuarta este verano. Bellísima historia de la que no quiero destaparos nada.
Artículo escrito por Miguel de Unamuno
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