La inexplicable pasión por la historia

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“La publicación que Herodoto de Halicarnaso va a presentar de su historia, se dirige principalmente a que no llegue a desvanecerse con el tiempo la memoria de los hechos públicos de los hombres, ni menos a oscurecer las grandes y maravillosas hazañas, así de los griegos, como de los bárbaros. Con este objeto refiere una infinidad de sucesos varios e interesantes, y expone con esmero las causas y motivos de las guerras que se hicieron mutuamente los unos a los otros”.

Siendo un adolescente, por allá por 1986, este pequeño párrafo me llamó la atención de maherodotonera inusual y al mismo tiempo despertó en mí algo que yacía latente. Habituado solo a la lectura de las novelas de Herman Hesse “Siddharta”, “El lobo estepario”, “Bajo la rueda”, “Demian”, al leer este primer párrafo de Las historias de Heródoto, una especie de memoria escondida, oculta, oscura por lo lejano en tiempo y espacio, pero clara, muy clara en el llamado que hacía. Un llamado destinado a desentrañar un pequeño punto en algún lugar de la conciencia que va y viene, de lo tangible a lo imperceptible dentro de mi memoria de niño.

Pues, así comencé a tratar de entender, muy poco a poco, rudimentariamente en una línea, lo que en realidad no es lineal, pero que me pareció era la mejor forma en que otros, los historiadores entre muchos, desde siempre, han tratado de explicar, el tiempo. El tiempo sin el hombre no existe, es nuestra creación, como muchas otras, las matemáticas, la lengua, los nombres de las cosas, todo lo abstracto, en fin, lo que solo existe en la mente humana. Pues, el hombre no es el único ser dotado de memoria, pero sí el único capaz de clasificarla y contar lo que otros hicieron en tiempos anteriores al suyo.

Es el relato, entonces, de tiempos y hazañas anteriores lo que devino en los delirios de Leónidas, Alejandro, Espartaco, Gengis Kan, Julio César, Bonaparte y en la más maravillosa de todas las locuras, la del Quijote. Es el hombre y su acontecer pasado detallado en palabras y circunstancias de hoy y que si no existiesen aquellos que se apasionan en conocer lo ocurrido en épocas anteriores, para luego contar a las generaciones por venir lo vivido en su propio tiempo, la existencia humana solo tendría un sentido efímero, poco profundo y casi al nivel de las bestias. Solo aprenderíamos y actuaríamos de manera instintiva, despreciando la llama divina de la memoria que arde en el género humano, tan bueno o tan malo como el propio tiempo y las circunstancias en las que habitó, habita y habitará.

Ese primer párrafo de “Los nueve libros de la historia” me apartó en demasía de mi visión objetiva del mundo concreto presente y me arrojó, al igual que a los héroes antes nombrados, a delirios inicialmente fantasiosos en los que el solo placer de saber “qué ocurrió”, “cómo ocurrió”, “dónde ocurrió”, “cuándo ocurrió” y “por qué ocurrió”, tan repetitivo en las clases de Monserrat, mi profesora de Castellano de aquellos días del bachillerato, posteriormente pasaron a construir un nuevo tipo de mundo concreto en mi espectro mental que engloba el todo del conocimiento de los hechos que me fueron ajenos en presencia física, pero de los que he podido participar casi como estando allí. Ese es el placer de los placeres y solo se consigue cuando evitamos que llegue a desvanecerse con el tiempo la memoria de los hechos públicos de los hombres, ni menos a oscurecer las grandes y maravillosas hazañas”. Es el sentido, en mi escaso entendimiento, del sin sentido de la historia humana que, desde esos días, ha despojado de tranquilidad mi espíritu, pero que ha sido la única manera también de poder sentirme a gusto entre las cosas de los hombres que, muchas veces, tan ajenas me son, en suma, La historia de todos.

Escrito por Heródoto

(@Mitradate)

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