CINE NEGRO (1940-1960) y la estética del mundo delictual

CINE NEGRO (1940-1960) y la estética del mundo delictual

Las historias del cine negro son protagonizadas por antihéroes, utilizando una iluminación sombría, uso frecuente de flashbacks y un tono discursivo existencialista.

El género negro en literatura por lo general retrata al crimen organizado, recurriendo a personajes que se mueven entre la oscuridad y el cinismo. La violencia es el telón de fondo, originada en tiempos de la Gran Depresión (1929) o el período posterior a la Segunda Guerra Mundial.

En el cine tiene su correspondencia en el denominado «film noir», desarrollado principalmente en Estados Unidos entre la década del 40 y del 50. Recurre al blanco y negro y sus historias son protagonizadas por antihéroes cínicos, utilizando una iluminación sombría, uso frecuente de flashbacks y un tono discursivo existencialista.

Los guiones del cine negro se construyen en torno a hechos delictivos con una característica estilización visual tributaria de la corriente expresionista alemana. Las novelas de Dashiell Hammett y Raymond Chandler, con sus detectives Spade y Marlowe, fueron sus fuentes habituales de inspiración.

El Halcón Maltés (1941), del director John Huston, suele considerarse la primera cinta de este género cinematográfico.

Haremos un recorrido por tres vertientes del cine negro. El cine de celebridades será abordado por Laura (Otto Preminger); el cine de posguerra será reflejado por El Tercer Hombre (Carol Reed); y el cine de los bajos fondos estará a cargo de La Jungla de Asfalto (John Huston).

LAURA (1944)

Dirigida por Otto Preminger

«Su encanto conquistó a todos… los hombres la admiraban… las mujeres la envidiaban», le confidencia Waldo Lydecker al teniente Mark McPherson, detective que lleva el caso del brutal asesinato de Laura Hunt, cuyo rostro fue desfigurado por dos tiros de escopeta. La narración comienza con la voz en off de Waldo, dando cuenta del contenido de su columna de sociedad. Claramente él es uno de los sospechosos, se lo hace saber McPherson mientras acompaña a Waldo al restorán donde ellos solían acudir.

En medio de elegantes travellings, siguiendo el punto de vista de Lydecker, el director nos lleva al pasado a través de un largo flashback, contándonos cómo conoció a Laura y cómo le fue sugiriendo que cambiara su peinado y vestimenta hasta transformarla en una mujer distinguida. Lydecker es un sujeto debilucho, muy presumido, que deja traslucir ciertos rasgos de homosexualidad. Laura era su objeto de adoración, los travellings envolventes darán cuenta del orgullo que sentía por su creación.

El detective McPherson se muestra seguro de los pasos de la investigación mientras se hace acompañar de los propios sospechosos en los interrogatorios. Es suspicaz, en cada pesquisa deja al descubierto las mentiras con que pretenden confundirlo.

La narración cambia constantemente de punto de vista: unos parecen proteger (Shelby Carpenter) y otros inculpar (Waldo), dotando a la cinta de ambigüedad y contribuyendo a generar una atmósfera de misterio en torno a la figura ausente de Laura.

A mitad del metraje, el detective se queda a dormir en el domicilio de ella, huele sus perfumes y bebe su cognac. Se duerme en el sofá mirando el retrato de la mujer, en una actitud enfermiza algo necrófila. La cámara se desplaza desde la pintura al detective, cuando de pronto aparece Laura gozando de buena salud.

Descubrirá que el cadáver era de Diane Redfern, una modelo de la agencia, y todos los dardos parecen apuntar a Shelby Carpenter (el despreciable vividor) como el autor material del homicidio. McPherson se lleva a Laura para interrogarla, está seguro de su inocencia y de que ha caído bajo el embrujo de la mujer, antes un fantasma, ahora de carne y hueso.

El guion de este clásico del cine negro es intrigante, manteniendo el suspenso hasta los últimos minutos, justo el momento en que el detective descubre que el asesino es Waldo Lydecker, que ha actuado por celos y que jamás estuvo dispuesto a que tipos duros y musculosos como Jacoby (el pintor del cuadro), Shelby o el propio McPherson pudieran poseerla. Antes la preferirá muerta y justo en ese instante nos damos cuenta de que la historia ha sido narrada por un occiso, a través de las palabras de su última columna en el periódico.

Al final, le disparan al homicida (que mató por error a Diane) mientras el reloj destrozado sugiere que los días de Lydecker han concluido.

El espectador amante del cine negro volverá a encontrarse con un hablante proveniente del más allá en El Crepúsculo de los Dioses (1950) de Billy Wilder, y la devoción patológica por una mujer muerta (que resucita) volverá a las pantallas en Vértigo (1958) de Alfred Hitchcock.

EL TERCER HOMBRE (1949)

Dirigida por Carol Reed

Harry Lime (Orson Welles) intenta escapar por las cloacas de Viena, observa en medio de una gran bóveda, expectante, debe elegir entre muchos túneles. Acaba de finalizar la Segunda Guerra y el mundo ha sido invadido de tonos grises.

Holly Martins es un mediocre escritor estadounidense que viene recién llegando a la ciudad en búsqueda de un trabajo que le prometió Harry. De inmediato, se entera que su amigo ha muerto en un accidente de automóvil. En el funeral lo recoge el mayor Calloway, policía que le informará que Lime era un peligroso delincuente. Martins no quiere creerle e inicia una investigación. Se transforma en un personaje de su propia novela cuyo alter ego defendía a su amigo injustamente acusado.

El guion es magnífico, cada parte ensambla a la perfección y la música de Anton Karas, sencilla e hipnótica, aporta un rasgo distintivo con respecto a otras cintas del cine negro.

La existencia de un tercer hombre en la escena del crimen y la muerte del único testigo, le hace percibir a Martins que Harry no era de los trigos más limpios.

Viena está llena de escombros producto de la guerra y en cada ventana, en cada esquina, pareciera que alguien sigue sus pasos.

La fotografía se compone de encuadres dislocados y las sombras proyectadas en las paredes contribuyen a acentuar una atmósfera fantasmal de esta película de cine negro.

Entre las personas que interroga Martins se encuentra Anna, una chica perseguida por la policía de la cual se enamora. Entretanto, el mayor Calloway le ha expuesto los delitos horrorosos que ha cometido Lime. Casualmente, luego de despedirse de Anna, un gato delata a un hombre escondido bajo el pórtico de un edificio. Martins lo desafía a dar la cara y un foco ilumina el rostro del amigo que creía muerto.

Más tarde, ambos tendrán un encuentro en las alturas de una noria. «Sentirías compasión por uno de esos puntitos negros si dejara de moverse», le dice Harry en alusión a los hombres de deambulan abajo por las calles. Habla desde la cima del mundo, no uno celestial, sino un lugar confuso donde hombres como él sacan provecho en esos momentos caóticos de posguerra.

Lime se muestra tal cual es, un sujeto dispuesto a matar a cualquiera que se interponga en su camino. Se despide justificando sus actos: «Durante la dinastía de los Borgia no hubo más que terror, guerras, matanzas, pero luego surgió el Renacimiento», agrega con cinismo y lo invita a encontrase otro día en un lugar seguro.

Martins traicionará a su amigo transando con la policía la liberación de Anna (para no ser deportada a territorio ruso). Ella también está enterada de que Harry traficaba con penicilina adulterada y que ha provocado la muerte de muchos inocentes. No le importa y lo perdona, los despojos de la guerra han confundido la línea divisoria entre el bien y el mal.

El mundo no es blanco ni negro, abundan los tonos grises en todos los estamentos. En sus últimos momentos, Harry se aferra a una rejilla del alcantarillado, como queriendo disfrutar de un último soplo de vida. En definitiva, él no ha hecho más que sobrevivir en un lugar lleno de escombros.

En su segundo funeral, se repite la imagen del comienzo y Martins observa a Anna desde el automóvil. Se baja con la intención de entablar conversación, pero Anna avanza en medio del encuadre, indiferente, en un final casi opuesto al de Casablanca (1942) de Michael Curtiz, dejando a un costado a Martins, en un anticlímax de antología.

El mundo que ha dejado la guerra es un lugar sólo apto para sujetos de la calaña de Harry Lime, no para hombres educados o bien comportados.

LA JUNGLA DE ASFALTO (1950)

Dirigida por John Huston

Minucioso relato que gira en torno al asalto a una joyería. La primera parte da cuenta de los preparativos del atraco, luego de que el día anterior Herr Doktor (el gestor del plan) ha encontrado a un reducidor (Emmerich) que pagará por las joyas. Poco a poco se van reuniendo los integrantes de la banda, los cuales van entregando pistas de sus vidas y motivaciones.

Gran exponente del cine negro, destacó por ser una de las primeras del género en centrar su punto de vista en los malhechores. La historia principal recae en el pistolero Dix Hanley, que le presta ayuda a Doll Conovan, luego de que asaltan el club de apuestas donde ella trabajaba.

Desde el comienzo, nos enteramos de que Hanley sueña con vivir en el campo y criar caballos, mientras Doll escucha esos recuerdos de niñez y le oculta su amor. Aparte de Dix, Herr Doktor y Emmerich, se integran a la acción Cobby (dueño de un garito de apuestas), el hogareño Louis (experto en cajas fuertes), el jorobado Gus (dueño del bar) y Bob Brannom (detective sin escrúpulos).

La segunda parte se ocupa de mostrarnos meticulosamente cada paso del atraco, todo envuelto en un clima de suspenso en que los acontecimientos, por cosas del destino, van alcanzando funestos derroteros.

Huston es hábil no sólo en mostrarnos las ambiciones de cada uno, sino también sus vicios. La historia, de tintes deterministas, hará que cada uno de los protagonistas sea arrojado hacia sus propios abismos. Emmerich (un abogado arruinado) intenta engañar a la banda para huir con su amante, pero el detective anticipa sus pasos y desatará la tragedia.

La policía (a pesar de algunos malos elementos) se muestra como el último recurso para sobrevivir en esa jungla de asfalto. La parte final se interesa por las huidas, todas frustradas, donde el único que parece haber esquivado a la ley es Hanley, pero está herido y comienza a delirar. «Si cuidan bien al potro negro todo irá como una seda», el potro que tuvo que sacrificar su padre y les significó la ruina familiar.

Film amargo y pesimista que alcanza toques de lirismo en una lograda secuencia final que rescata la dignidad de este grupo de perdedores.

9/10 - (1 voto)