El desconocido paradero de la tumba de Alejandro Magno ha sido un tema de discusión durante 2000 años.
Alejandro Magno es una de las grandes figuras de la Historia de la Humanidad, una luz muy potente que sin embargo brilló durante un corto período. La presencia de Alejandro en el mundo marca el devenir de la civilización occidental, marcando a Persia, Egipto, Grecia, India y por supuesto, a la incipiente civilización romana que crecía en el oeste.
Los hechos en vida de Alejandro, cómo los refieren sus cronistas contemporáneos y posteriores, fueron muchos y grandiosos e incluso a algunos de ellos los podríamos considerar mitológicos, como su nacimiento o la doma de Bucéfalo.
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Pero la magnitud de la presencia de Alejandro en la memoria del mundo antiguo se puede observar en lo que rodea a la muerte del conquistador y en el lugar de su tumba, en la mística que en aquellos momentos generó y el misterio que aún a día de hoy perdura.
El imperio tras la muerte de Alejandro
La prematura muerte del conquistador macedonio en el 323 a.C. implicó que sus personas de confianza y sus generales, los llamados diádocos, iniciaran una lucha por la sucesión en el poder. De hecho, esta palabra del griego, διάδοχοι, se puede traducir como sucesores, y efectivamente, tanto ellos como sus hijos los epígonos, ἐπίγονοι, iniciaron 20 años de guerras para dominar el imperio de Alejandro. Más que la propia duración del imperio bajo el mando del conquistador del mismo.
Tras todas estas guerras, Seleuco, Lisímaco, Casandro, Seleuco y Ptolomeo tenían repartido el imperio, una vez que además no quedaba ya nadie de la sangre de Alejandro para poder heredarlo, tras la muerte del hijo de Roxana. Pero quedaban los símbolos, y quizás uno de los más importantes fue el del propio cuerpo del conquistador.
El lugar de reposo de Alejandro Magno
Según el historiador romano Quinto Curcio Rufo del siglo I d.C. el victorioso rey macedonio habría pedido antes de su muerte ser enterrado en el oasis de Siwa, dónde había sido reconocido en el 331 a.C. como Hijo de Amón, o hijo de Zeus para los griegos. Este deseo, que podemos localizar en Historiae Alexandri Magni Macedonis del citado autor romano, fue desoído completamente por los diádocos, quienes decidieron llevarlo a Macedonia, para ser enterrado con el resto de su familia, incluyendo su padre, Filipo II.
El cuerpo de Alejandro se introdujo en un sarcófago de oro, se cubrió de especias y a bordo de un carro comenzó su traslado hacia Macedonia, con un numeroso séquito. Ptolomeo aprovecha este último viaje de los restos mortales para ejecutar un golpe de mano de prestigio y llevarse el cuerpo desde Siria hasta Egipto, así que la reliquia terminó en Menfis, capital temporal del Egipto helenístico mientras se construía la ciudad de Alejandría proyectada por el conquistador. En aquel momento, el 321 a.C., otros diádocos disponían de la armadura o el cetro de Alejandro, por lo que Ptolomeo quiso tener parte en este reparto de la legitimidad que daban las reliquias.
Es posible que en el tiempo que el cuerpo estuvo en Menfis su lugar de reposo fuera el sarcófago una vez destinado a Nectanebo II en las cercanías del Serapeum de Saqqara. Este hecho haría entroncar a Alejandro con los faraones de Egipto, ocupando la tumba del último faraón egipcio, y esto daría a Ptolomeo I la posibilidad de presentarse como heredero de la legalidad faraónica, como auténtico señor de las Dos Tierras.
Ya en época de Ptolomeo II, hijo del general de Alejandro, el lugar de enterramiento sería trasladado a Alejandría, dónde se le comenzaría a dar culto. En este culto, el primer sumo sacerdote sería un hermano de Ptolomeo, Menelao, y se perpetuaría entre las clases altas de la ciudad alejandrina. De esta primera tumba, no tenemos más datos que el de su mera existencia.
En cambio, si conocemos bastantes más detalles de la que fue la tumba definitiva del conquistador. Y esto es así ya que en tiempos de Ptolomeo IV, en el 215 a.C. se le construiría un verdadero mausoleo, llamado Soma, construido para albergar tanto a Alejandro como a la familia real ptolemaica. Fuentes antiguas nos dicen que se encontraba en el cruce entre la carretera principal de norte a sur y de este a oeste de la ciudad. Es posible que dicho lugar de enterramiento tuviera reminiscencias del Mausoleo de Halicarnaso, maravilla de la Antigüedad.
Los visitantes de la tumba
Durante los siguientes 400 años, aproximadamente, muchas de las grandes personalidades del mundo antiguo, incluyendo varios emperadores romanos, se acercaron hasta aquí para poder honrar al gran Alejandro. La lista es verdaderamente impactante: Pompeyo Magno, Julio César, Octavio, Calígula, Septimio Severo quien ordenó sellar la tumba y Caracalla. Algunos de ellos se llevaron fragmentos o reliquias, como la capa, la nariz o tesoros de la misma, sustituyéndolos por otros, bien sea por su valor real o simbólico.
No era extraño este proceder, ya que por ejemplo la mismísima Cleopatra tomó parte del oro para financiar la guerra de Marco Antonio contra Octavio, o la sustitución del sarcófago de oro por uno de cristal en las revueltas entre los ptolemaicos del 89 a.C.
El magno enigma
A partir del momento en que Caracalla visita la tumba en torno al año 215 de nuestra era, se pierde la certeza de la tumba y su localización. En esto influyen principalmente dos hechos, el primero de los cuales es el terremoto del año 365 d.C de Creta, dónde gran parte de la ciudad de Alejandría es destruída por el tsunami subsiguiente. Los estudios recientes sobre dicho evento indica que las olas de más de 9 metros de altura llegaron hasta a levantar barcos sobre los tejados y es posible que tuvieran gran parte en la destrucción del Faro y de la Biblioteca, e igualmente sobre la Soma. El segundo de los eventos es probablemente el decaimiento de los cultos paganos asociados al auge del cristianismo y los decretos teodosianos.
Existen testimonios contradictorios, como el de san Juan Crisóstomo, que en el año 400 indica que ni los propios alejandrinos conocen la ubicación de la tumba, pero otros como el patriarca Cirilo de Alejandría (412 d.C) indica que no sólo era conocida si no que fue saqueada en tiempos de Teodosio I. Varios autores medievales árabes refieren haber visto o conocido la tumba en el siglo IX, y quizás la última referencia venga de mano de León el Africano, andalusí que visitaría de joven Alejandría y refiere haber visto el edificio.
Napoleón buscaría la tumba, en su visita a Egipto, y varios arqueólogos del XIX, XX y XXI han realizado intentos (hasta 140, oficialmente) o teorizado acerca del lugar de eterno descanso de Alejandro Magno. Incluso el mismísimo Heinrich Schliemann realizó una petición para excavar en una mezquita en la ciudad en busca de la olvidada tumba, que fue denegada. Y es que hay que decir que Alejandría como tal es una ciudad viva, y cómo la mismísima Roma, las excavaciones arqueológicas dependen más de la buena fortuna que de planes de búsqueda, debido a que la vida en la misma se sigue desarrollando con normalidad.
Y de Alejandro, hasta una vez después de muerto, se agranda la leyenda, ya que existen teorías de todo tipo más allá de esta, la que es más aceptada comúnmente por los arqueólogos. Por hacer mención de las mismas, el que los restos de San Marcos Evangelista en Venecia corresponden, por error, a Alejandro Magno; que el conquistador está realmente enterrado en Siwa, cómo fue su deseo; o que quizás está enterrado en las cercanías de su padre en Macedonia.
No queda más que asombrarnos que, tras más de 2000 años, desconocemos la ubicación de la tumba de un personaje de tal importancia, que cambió el mundo a su paso. Es uno de esos grandes enigmas de la Historia y la Arqueología.