«A fuego eterno condenados», novela de Roberto Rivera Vicencio

«A fuego eterno condenados», novela de Roberto Rivera Vicencio

El Fondo de Cultura Económica publica esta segunda edición de «A fuego eterno condenados», reconociéndola como una de las novelas más importantes referida a la dictadura chilena del general Augusto Pinochet.

Una de las destacadas voces del comienzo de la transición democrática, A fuego eterno condenados constituye una sólida revisión del régimen de Augusto Pinochet, valiéndose de la alegoría para representar el horror de ese período.

Roberto Rivera sacó una primera edición en 1994 y posteriormente el Fondo de Cultura Económica, en 2017, reconoce a esta novela como una de las más importantes referida a la dictadura chilena que se extendió entre los años 1973 y 1990.

A fuego eterno condenados fue gestándose durante los oscuros años de la dictadura militar, es un escrito valiente, se nota que pudo haber visto la luz antes del término del régimen. Los cambios de nombre, de autoridades, también de periódicos o almacenes, se nota que el autor fue parte de esa lucha del mundo intelectual de la época, pero el miedo subsiste, años en que desaparecieron muchos militantes del partido comunista y también de otros sectores, años de delaciones, de tener que huir al extranjero, el valor de la vida un lujo, la novela fue publicada al final del gobierno de Patricio Aylwin, el primero de la llamada transición democrática.

Manuscrito de largo aliento, de tiempos robados a la vida familiar y laboral, el personaje del Flaco Nicomedes ya venía gestándose en un anterior libro de cuentos, La pradera ortopédica (1986), el personaje crecería y le daría voz a un sujeto, cuyo eufemismo se volvió algo habitual, a aquellos muertos enterrados en forma clandestina o arrojados al mar, se les llamó “desaparecidos”.

Nicomedes Mateluna, en medio del infierno desolador de las hogueras, un día no regresó, o volvió en busca de su Marta, pero la dignidad arrancada nos muestra a un hombre que dejó de ser hombre, un espectro andrógino testigo del apocalipsis terrenal.

La alegoría recurre al mito griego

Roberto Rivera Vicencio se vale de la alegoría para ver nacer al dictador, será un monstruo de la mitología griega, el Minotauro. En la vida real el general Augusto Pinochet está casado con Lucía, la madre de Chile que posee un séquito de otras mujeres.

Roberto Rivera Vicencio

El Minotauro es engendrado por su propia madre, otro monstruo bestial conocido como la Gorda.

Un dictador parido en la loza de la morgue o de un cementerio, un acto traumático que no da vida, sino que ante el cierre de los cielos engendra dos décadas de terror, de azote y muerte en esta pradera de la desesperanza.

Este monstruo gobierna su propio laberinto, en esta tierra no se mueve una hoja sin su aprobación. Se rodeará de un séquito de aduladores, entre ellos el ministro Viudo, un hombre que le teme al garrote que enarbola el Minotauro.

Juega a las adivinanzas, interlocutor a veces entre la vieja y el engendro. Un ministro que le informa del estado real de la pradera, de si el miedo sigue campeando, mientras otro colaborador entre afeminado y creyente redactará la carta magna.

La carta magna del senador Jaime Guzmán

Esa constitución del 80 será para el Minotauro una forma de perpetuarse en el poder, una carta que pudo haber desconocido llegado el momento, un documento transaccional de garantías comerciales que imponía ciertos hitos inamovibles.

Roberto Rivera Vicencio habla con soltura del mundo financiero, de la economía como maquillaje del horror vivido por la población. Suceden muertes y desaparecidos, mientras campean malls, supermercados, marcas de cerveza, muchos productos para distraer a las masas.

El Minotauro utiliza el mundillo de la televisión, de los concursos de belleza, el festival de Viña del Mar es un evento para atontar a la población, tal como el fútbol.

Colocolinos vociferantes, los denomina y entre ellos surgen personajes que introducen la droga en la pradera, todo para alienar a los habitantes.

Los «desaparecidos» de la dictadura militar

El Flaco Nicomedes se relaciona con este mundo, es un cantor popular, aunque arrastra las muletas, metáfora de que ha sido torturado. Este Flaco nunca se encuentra, se le pierde la Marta y la reencuentra en otra condición diez años más tarde.

Lo Hermida y muchas poblaciones son el escenario de barricadas, pero también las calles del casco de la ciudad, los alumbrados, altos muros, las paradas de camiones, una ciudad deshabitada que con el correr de las protestas de los ochentas va siendo repoblada, antes los cuerpos de seguridad, los toques de queda, ahora los colocolinos se han tomado los barrios inexpugnables.

A fuego eterno condenados no es una novela fácil, sobre todo en la primera parte la prosa es crispada y muestra una infinidad de puntos de vistas que se yuxtaponen, el laberinto que ha ideado el Minotauro es complejo, pan y circo en la fachada, muerte y destrucción en las profundidades.

Los párrafos dan cuenta de un infierno sin fin, lo oscuro siempre puede ser más tenebroso, las palabras juegan en la mente del lector, lo extravían, esa mezcla de canciones populares que todo lo confunden.

Una novela visionaria

Roberto Rivera Vicencio, quizás sin proponérselo de antemano, ha construido un oráculo, capítulo tras capítulo el lector vivencia de nuevo el miedo, pero no augura un futuro promisorio.

Uno escucha la entrevista de Enrique Correa, con libro bajo el brazo, defendiendo los treinta años de la Concertación, destacando la importancia del crecimiento y el progreso para terminar con la pobreza.

Pero los neumáticos ardientes de las barricadas no se han apagado, vino el estallido social y la hoguera creció de tamaño, ardieron las estaciones de metro y el centro neurálgico del transporte capitalino resplandecía en este incendio ya no de un barrio, toda la capital asaltada por los mismos colocolinos de la época dictatorial, lumpen para algunos, quizás los que rescataron en su momento la democracia, a los que el libre mercado no dio respuestas, antes sólo había televisión, ahora se orquestan a través de redes sociales.

A fuego eterno condenados, qué gran título, premonitorio y cita mortuoria para esta pradera que no termina de arder.

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A FUEGO ETERNO CONDENADOS

Roberto Rivera Vicencio

Fondo de Cultura Económica

338 págs. 2017